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:: Entrevista a Fernando Martín Peña

Generaciones 60/90: Una excusa para hablar de cine...

- Si las generaciones del 60/90 fueron similares en su necesidad de renovar el cine argentino, ¿por qué creés que esa necesidad no estuvo en el período entre aquél ciclo y este, que llevó a que las condiciones fueran semejantes? ¿Cuánto creés que falta para que comience la decadencia otra vez o que se revierta el ciclo de alguna manera?
No tengo idea... Uno lo que hace es indicar que hay un ciclo, ocurre así y tiene estas características... Pero, ¿por qué no pasó otra cosa? Sería hacer historia contrafáctica. No tengo la menor idea. No sé. En todo caso, podemos echarle la culpa a la dictadura o lo que fuera. Creo que hay dos variables importantes: una, las escuelas de cine y la otra es la revolución tecnológica, llamémosla así... el mayor acceso a los medios de producción. Me parece que cuando aparecen las escuelas de cine y aparece el digital, los jóvenes pueden tener un protagonismo real en lo cinematográfico. Eso en los ´60 pasó por otras razones: porque la industria era demasiado cerrada, porque llegó un momento en que eso hizo crisis, porque los cineclubes formaban un gusto cinematográfico semejante a la formación que hoy dan las escuelas (aunque carentes en lo técnico). Me parece que en el medio no pasó nada de eso, ni hubo un ciclo político que terminó, ni hubo escuelas de cine... Al contrario, básicamente, hubo represión. Me parece que una forma para empezar a tratar de explicarlo sería esa. Ahora... ¿cuánto falta para que decaiga? Ojalá no decaiga más... Yo no sé si son ciclos, lo que veo es que se dan semejanzas. En los ´60, la cosa se terminó por la represión, por la censura, por el estado de cosas de la dictadura de Onganía, por la presión de la industria... Y no creo que esos factores hoy en día existan... No hay presión sino estupidez por parte de los independientes, que es distinto. No hay industria, entonces no hay presión de la industria... Los multimedios, como no tienen garantizadas las mismas ganancias que tenían en la época de Mahárbiz, no están presionando demasiado... Me parece que no existen esas condiciones y, de todas maneras, los medios de producción siguen accesibles. O sea, yo no veo que haya razones que hagan prever una decadencia. Lo que sí puede ser es que se empiecen a repetir temas y situaciones y que eso lleve a una impresión de agotamiento, si se quiere, de contenido pero tampoco sé si eso es algo que se pueda prever... Hay críticos que dicen que la nueva generación ya está agotada por la abundancia de las películas donde los jóvenes no hacen nada... Pero eso no quiere decir que para los jóvenes algo haya cambiado como para que haya que pensar en otro tipo de relato. En la medida en que siga habiendo un estado lamentable de cosas, una exclusión de la juventud en la vida cotidiana argentina, van a surgir naturalmente películas en las que eso aparezca. No creo que ese cine tenga que cambiar, ni que esté mal. Se puede hacer con mayor o menor talento pero el tema no es un determinante de nada... así que por ese lado no veo un agotamiento.

¿Por qué creés que puede hablarse de “parricidio” por parte de estas generaciones?
Puede ser que como la mayoría de los jóvenes no logran, o no lograron lo que querían cuando eran jóvenes, lo tratan de lograr cuando no son tan jóvenes y deberían estar dedicados a otra cosa y dejar que los jóvenes crezcan tranquilos. No sé... En la medida en que vos tenés en los ´60 una industria que se niega a toda forma de renovación y que trabaja sobre esquemas que son inamovibles y que desconocen, incluso, renovaciones que se producen en las industrias extranjeras que son su modelo... Sergio Wolf mencionaba lo del parricidio porque en los ´60 al hacer este gesto de ruptura con la industria, los cineastas estaban un poco ensoberbecidos y juzgaban a todo lo que viniera de la industria como malo sólo porque venía de la industria. Ese riesgo existe y hoy también pasa, lo cual, por supuesto, no es verdad. Pero no creo que haya parricidio en el sentido de que nadie condena a los viejos sólo porque son viejos. En cambio, a los jóvenes creo que sí se los juzga porque son jóvenes: “No han vivido tal cosa y tal otra y, por lo tanto, no pueden hablar... no tienen experiencia...” Ni la tienen ni se la dejan tener... Si tuviera que definir de dónde sale la violencia, me parece que es desde los viejos hacia los jóvenes y no viceversa. En todo caso, por parte de los jóvenes lo que se da es un desconocimiento total respecto de los viejos. No se los conoce pero no creo que se los quiera matar.

-¿Dónde creés que comienza la producción del 90´?
Yo creo que hay dos padres, uno es Agresti y el otro es Perrone. Los dos aportan, con sus respectivas obras, la conciencia de que se puede hacer algo distinto. En los ´80 estaba la impresión de que el cine tenía que ser de determinada forma y aparecieron estos dos y, tanto desde el punto de vista de los contenidos como de los recursos de producción (en el caso específico de Perrone), me parece que los dos demostraron que se puede hacer cine de otra manera, completamente diferente. Y la mayor parte, les guste o no, siguieron esas dos líneas básicamente: ya sea un cine de actuaciones más espontáneas y temas más libres o estructuras más libres como sería el caso de Agresti, o un cine hecho en video o en digital, que es lo que hizo Perrone toda la vida. Para mí tenía que haber gente que demostrara que eso era posible y que la película no iba a ser menos buena por el formato. Hacía falta que determinados cineastas hicieran películas en esos formatos para que desmitificaran una serie de cuestiones que había. Yo diría que el comienzo son ellos dos, que aportan ideas que tienen que ver tanto con lo formal y con los contenidos, con la recuperación de una identidad del cine argentino que, para mí, se había perdido. Lo mismo pasó en los ´60: renovar el cine argentino, significaba recuperar una identidad. El elemento más claro donde se ve eso es en el uso del lenguaje coloquial. Se había vuelto todo muy ampuloso, se hablaba de una manera muy artificiosa y recuperar el “vos”, el habla coloquial, los tipos que se interrumpen cuando hablan... esas cosas ayudan a crear nuevo sentido del verosímil que el cine argentino había perdido completamente. Tanto en los ´90 como en los ´60. No sé por qué se da cada treinta años... Pasó en los ´90, pasó en los ´60 y antes había pasado en los ´30. El primer cine industrial era absolutamente porteño y absolutamente argentino desde lo coloquial, después se perdió y apareció esa ficción de que si se hablaba de “tú” se iban a conquistador los mercados latinoamericanos, cosa que no ocurrió. Pero en los ´40 y ´50 vas a encontrar muy pocas películas donde se hable de una manera verosímil. Todo el mundo imposta.

- ¿Qué pensás acerca de las individualidades que, sumadas, hacen fuerza, logran romper estructuras, en una actividad tan grupal como se supone es el cine?
Creo que es efectivo agruparse y que todo el libro es un llamado desesperado a que se entiendan los errores pasados y se asuman... Pero, en general, acá los grupos se forman para responder a intereses puntuales, muy inmediatos que, una vez resueltos, implican la disolución de los grupos. No se piensa en grupos de orden productivo, en grupos que se organicen para producir porque eso significa que uno resigne algo, que uno filme primero y que otro después... Aquí, en cambio, nadie quiere resignar nada. Ese es el problema de los independientes. Nunca se han podido agrupar con fines productivos y salir a vender sus películas juntos. Eso es algo que no ha pasado. Cada uno va a ver qué puede conseguir por su cuenta. Y eso es el suicidio.

- ¿Cómo ves el curso de los próximos años y dónde están los baluartes más fuertes?
Contra lo que conspira este estrado de cosas es contra las obras. La obra entendida como la producción sistemática de un autor. Creo que un autor, para poder desarrollarse como tal, tiene que hacer obra. Y “hacer obra” lamentablemente no es hacer una sola película sino hacer muchas. En la medida en que no puedan realizar muchas películas no va a haber, va a haber directores ocasionales. Si ese es el objetivo... qué sé yo. Es un objetivo posible pero a mí como crítico no me interesa, me parece de muy poco aliento. Pero si el objetivo es producir una obra como Perrone, Agresti...o Caetano, que creo que ya tiene una obra, la cosa se volvería más interesante. Lo que supongo que va a pasar, no es que se va a agotar, sino que todo el tiempo van a aparecer nuevos cineastas. Vamos a seguir llenos de operas primas y segundas obras... Siempre se encuentra ese techo. No se triunfa en la medida en que se supone se tiene que triunfar; o bien se especula con el Instituto y se filma una vez cada dos años cuando el Instituto te da la guita. Lo cual me parece bastante mediocre porque someter tu producción personal, como autor, a la economía, me parece artísticamente poco serio. Si necesitás ampliar y el Instituto te ayuda, todo bien. Pero no que tengas que vivir dos años gratis haciendo tu película con la guita del Instituto. Eso no me parece nada bien de ninguna forma. Entonces, en la medida en que no se cambie esa conciencia y no aparezcan cineastas que sepan vivir solos, sin la ayuda del Instituto, vivir de laburar, me parece que vamos a estar condenados a eso... operas primas y segundas. Y siempre habrá tres o cuatro tipos que van a hacer obra...

- ¿La ley de cine te parece un factor determinante en la producción?
Sí, porque la ley de cine es lo que regula la manera en la que el Estado va a intervenir con dinero público en esta área específica de producción cultural. Tiene un texto que es positivo desde cualquier lado que se la mire. El problema es después cómo se la aplica: Mahárbiz gobernó con esta ley de cine y, sin embargo, hizo un desastre. Es un problema político, básicamente: ¿qué tipo de cine se quiere apoyar siendo que se va a estar haciendo con dinero público? Se hace un cine que tiene que ver con la identidad nacional, con la cultura, con nosotros de una u otra manera y por lo tanto se lo independiza un poco de la repercusión comercial... o se hace un cine solamente para dar trabajo y producir un tipo de películas que se ven el tiempo que se ven y después no se ven más. Creo que esta gestión del Instituto está tratando de hacer las dos cosas. No sé cómo le va a salir... pero están tratando de ser equitativos... entiendo la lógica de eso pero no sé qué resultado va a dar. Porque una película de Suar se podría hacer sin ningún apoyo del Instituto. Y si no le cierran los números, que las haga más baratas o que no las haga. No creo que nadie vaya a extrañar la ausencia de las películas de Suar. En cambio, que no se puedan hacer películas como Mundo Grúa (Pablo Trapero, 1999) o Pizza, birra, faso (Bruno Stagnaro, Adrián Caetano, 1997), es grave porque son películas que han tenido una repercusión concreta en el exterior, que han ganado premios, que permitió la circulación de otras obras, así que tienen un valor intangible diría muy importante. Y aparte una vida continua, se siguen pasando y se van a seguir viendo. En cambio Sapucay no se va a ver nunca más. En la medida en que no hay una industria que justifique el producto industrial, no tiene sentido que exista.

- ¿Qué es lo que más te gusta del libro Generaciones 60/90?
Los ´60.
- ¿Lo que menos te gusta?
Lo tendría que haber hecho más tranquilo. Lo que más me gusta es que lo hice... no soy muy reflexivo... yo quería la exhumación de películas que están fenecidas... Lo que más me gusta del libro es que, según me dicen, despierta la curiosidad sobre películas que no se han visto desde hace décadas. Ese efecto me gusta. Yo quería lograr eso. Lo que más me gusta es pasar películas, pero para pasar películas tenés que tener un público que venga a verlas y ese público hay que formarlo y se forma con información. A lo que uno aspira es a transmitir las emociones que una película le ha producido y que se le ocurra al público compartir esa experiencia.

Por Lara Decuzzi (lara@solocortos.com)
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