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:: VENDREDI SOIR (CLAIRE DENIS, FRANCIA, 2002)

Un hombre y una mujer en una lejana fiebre de viernes por la noche.

Está película que privilegia los movimientos sobre las palabras y sus explicaciones, es una adaptación de la novela homónima de Émmanuelle Bernheim.
Hace frío en París este viernes por la noche, y a causa de la huelga de transporte, el embotellamiento enrarece todo.
Laure (Valérie Lemercier) está dejando su casa, en la que estuvo embalando sus pertenencias en cajas, algunas para guardarse ella y otras para donar, y se está mudando a vivir con su pareja. Las cajas van con ella en su auto. Una locutora invita por la radio a ofrecerse solidariamente a llevar a los que quedaron a pie sin posibilidad de volver a sus hogares.
El tráfico está paralizado y Laura se abalanza sobre una las cajas que había separado para donaciones, se queda con algo para volver a aprehender lo que es suyo, lo propio. Porque mientras, ahora, el auto, sus objetos, serán su casa.
Jean (Vincent Lindon) golpea su ventanilla para subir. Ahora están los dos, Laure y ese desconocido, juntos en el caos.
Y comienza el recorte, los planos se fraccionan, las miradas, las manos en el volante, las luces saturadas del afuera, el deseo.
La gente está cansada, reina un clima de hartazgo, de inestabilidad. Cualquier cosa puede pasar entre estas dos personas que no se conocen y que no conocemos.
Y para escapar a tanto hiperrealismo, Claire Denis elige el realismo mágico para contarnos esta historia de dos en una noche, este encuentro extraordinario en camino hacia otro lado.
Y con este mismo espíritu, un aparente plano homenaje nos remite a “In the mood of love” de Wong Kar Wai (2000), cuando los cuerpos de los protagonistas se rozan en ralenti en una escalera.
La casa de ambos, de ella y de él, este viernes a la noche será el cuarto de un hotel que está vacío. Aparecerán las cosas que Laure traslada en su auto, tan mágicamente como desaparecerán.
Y dentro del cuarto, la cámara se acerca a la intimidad, en ese espacio real que se reinventa y se vuelve onírico. En ese fragmento de sus vidas, en ese escondite de la ciudad, las costumbres y los hábitos se abandonan para que los cuerpos se encuentren sin mediaciones ni interferencias. Y los vemos de cerca, pero están lejos.
Porque en los mismos aciertos del film vemos, paradójicamente, sus debilidades. La cuota de ensoñación, se ve en algunos momentos dañada por recursos visuales preciosistas que no aportan, y que nos despiden de ese espacio en el cual, tampoco no es del todo permitido estar. Porque, si bien la cámara se acerca y nos acerca, no se rompe el hielo. Hay una dosis de frialdad, de distancia, que nos deja en una observación positivista, en una mirada casi quirúrgica. Y esto, desgraciadamente, nos recuerda que estos personajes que podríamos ser nosotros, porque son tangibles y bellamente humanos, son ellos.
De todas maneras vale la pena andar por esa noche parisina, aunque tengamos que seguir por nuestro lado.

Por Natalia Weiss (nataliaw@solocortos.com)
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