(Frantic, 1988)
Con una luz azulada que destila el umbral entre la noche y el amanecer, vemos pasar los títulos del film junto a un largo travelling a través del parabrisas de un automóvil, que transita por una autopista rodeada de edificios. Se trata de un taxi que va del aeropuerto de Orly hacia París, llevando en su interior al doctor Richard Walker (Harrison Ford), que asistirá a un congreso internacional de medicina, y a su esposa Sondra (Betty Buckley), que va dormitando sobre su hombro. Un pinchazo en la rueda los demora en el viaje y nos anticipa, de un modo sutil, que ésta no será una estadía del todo feliz.
La pareja llega a Le Grand Hotel Continental, bajan su equipaje, hablan con el conserje y se ubican en la habitación. Allí se abrazan y recuerdan que fue en París donde, veinte años antes, celebraron su luna de miel. Luego, Sondra no puede abrir su valija y le pide ayuda a Walker, pero se dan cuanta que se han equivocado de equipaje y llaman al aeropuerto para explicar la confusión. Cada uno entra a bañarse, pero cuando es el turno de Richard, su esposa recibe una llamada telefónica que, como espectadores, no sabemos de dónde viene ni de quién es, puesto que en ese momento la cámara se ubica dentro de la ducha, escuchamos el sonido del agua y un tarareo del doctor, y vemos a Sondra (en profundidad de campo, reencuadrada en el marco de la puerta del baño) gesticulando hacia su esposo y desapareciendo por un costado arrastrando la maleta.
Walker sale del baño y se sorprende con la ausencia de su mujer. El tiempo transcurre pero ella no regresa. La espera se vuelve tensa y angustiante. Walker pregunta si alguien la vio en la recepción del hotel y le dicen que se fue con un hombre. Desesperado acude a los negocios de enfrente pero nadie sabe nada y apenas entienden su inglés. Un hombre le asegura haber visto cómo la obligaban a entrar en un auto, y al recurrir al lugar del hecho, Walker encuentra tirada una pulsera de Sondra con su nombre grabado. Ya casi no le quedan dudas de que su mujer ha sido secuestrada y sin un móvil aparente.
La situación ha dado un giro imprevisto para el protagonista que se da cuenta de lo difícil que será la búsqueda en un país extranjero dónde la gente habla otro idioma y no conoce a nadie. Recurre a la policía y al consulado americano, pero no lo toman en serio porque creen que su mujer puede haberse ido con otro hombre por voluntad propia.
A partir de allí, la ciudad se transforma en un entorno pesadillesco que incrementa el estado de ansiedad en que se encuentra Walker. Regresa a su habitación y busca alguna pista en la valija. Encuentra una caja de fósforos del “Blue Parrot Bar Restaurant Club” con el nombre “Dedé” y un número de teléfono anotados en el reverso. Va hasta el lugar y, luego de una confusión por la búsqueda de “la dama blanca,” consigue la dirección del hombre y se dirige a su departamento.
Al llegar, se encuentra con la puerta abierta y un cadáver en el suelo. Empieza a revisar todo y en el contestador automático escucha su voz reclamando por la valija, señal de que lo han estado vigilando.
Para ese entonces el suspenso ha crecido enormemente y, como en un film de Hitchcock, lo único que conocemos es un primer Mac-guffin que ha desencadenado toda la intriga: el intercambio accidental de valijas en un vuelo hacia Paris. Este hecho permite la aparición de un nuevo personaje: Michelle (Emmanuelle Seigner), una chica de los bajos fondos parisinos, drogadicta, con ropa de cuero negro (típica de los ’80) y dueña de la valija por la cual Sondra ha desaparecido. Pronto descubrimos cuál es el verdadero pretexto para construir la trama, que se encuentra adentro de aquella valija: un detonador atómico escondido en una estatua de la libertad en miniatura.
En lo que sigue del film, veremos cómo la trama va pareciendo una excusa para mostrarnos la atracción sexual que hay –y crece- entre Michelle y Walker. Atracción que nunca llegará a convertirse en una relación amorosa debido a que Walker jamás abandonará la tenacidad en recuperar a su esposa. La lógica del personaje que encarna Harrison Ford se opone a la voluntad de deseo que queda reservada para el espectador, a quien Polanski no duda en convertir en un auténtico voyeur de ésta relación.
Bajo un puente a orillas del Sena, Walker se encuentra con unos espías musulmanes para intercambiar a Sondra por el detonador atómico. Pero entonces llega la policía y todo se complica. Uno de los hombres dispara contra Walker y alcanza, por error, a Michelle que empieza a caminar herida hasta caer muerta. La cara de Walker delata su tristeza mientras Sondra observa todo y sabe que en su ausencia su esposo amó a esa mujer.
El viaje de vuelta es similar al del inicio en su trayectoria por la autopista, pero completamente diferente por lo que ha vivido la pareja. Es la fuga de una pesadilla, en la que los esposos se abrazan desesperadamente al tener la certeza en su interior de que ninguno de los dos va a volver a ser ya el mismo, tras semejante experiencia. Ni ellos, ni su amor.
Durante la década del ‘80, en su exilio parisino y con sólo 2 películas realizadas en 7 años, Polnaski vivía una mala situación económica y sus relaciones con la industria norteamericana no eran las mejores. Así que aprovechó la primera oportunidad que tuvo: “cuando me preguntaron si tenía preparado un guión dije que sí, aunque en realidad no lo tenía. Tuve que inventarme la historia a toda prisa y comentársela a los de la Warner. Supongo que eso influyó en que les dijera que la historia era un thriller, porque yo sabía que les iba a interesar más que cualquier otra cosa y que sería fácil que esa película diera dinero”.
Rápidamente convenció a los productores (Tim Hampton y Thom Mount), escribió el guión en tiempo récord (junto a Gérard Brach) y se lanzó a producir el film. Polanski era conciente de que para éste film necesitaba una estrella americana que le gustara a todo tipo de público, y pensó en Dustin Hoffman; pero en 1986, durante unas vacaciones en Ibiza, su amigo Harrison Ford le pidió que le diera a él el papel protagonista y así fue cómo terminó siendo él quien encarnara al doctor Richard Walter en Búsqueda frenética.
En cuanto al guión resulta interesante destacar el juego que introducen Polanski y Brach con la cantidad de referencias cruzadas que va dibujando la trama: las dos estatuas de la libertad -la réplica donde reside el detonador, y la estatua parisina donde Harrison Ford despierta creyendo haber regresado a Nueva York-; el significado de “La Dama Blanca” como cocaína o esposa; los dos viajes a París -el de la luna de miel del matrimonio y el de esta vez que puede significar el fin de la relación-; la figura del gato -primero con el animal que aparece en casa de Dede, luego el teléfono de Garfield que confunde a Walker en la habitación de Michelle, y por último, la actitud gatuna que adopta Michelle deslizándose por los tejados-; la canción de Grace Jones que aparece en los momentos de mayor tensión -en la escena de la conversación telefónica de Ford con su hija sin contarle lo que pasa, y en el sensual baile de Michelle con Walker en el club árabe-.
Numerosos críticos han visto en éste film un homenaje por parte de Polanski al maestro del suspenso Alfred Hitchcock, y tal suposición se basa en la similitud de ciertos momentos de Búsqueda frenética con el cine de Hitchcock. Especialmente por el hecho de que Polanski utiliza aquí el recurso del Mac-guffin para poner en movimiento todo un mecanismo de intriga. Otros guiños que encontramos son similitudes entre escenas: como cuando Walker habla por teléfono desde una cabina del hotel con una toma casi idéntica de Cary Grant en Intriga internacional (North by Northwest, 1959); o la escena en que Michelle, sujetada por Walker, está a punto de caer del tejado con una situación igualmente planteada en el monte Rushmore dónde Grant sujeta por el brazo a Eva Marie Saint para evitar que caiga al vacío.
Otras voces, en cambio, criticaron a Polanski acusándolo de comercial y vendido al sistema por hacer ésta película que fue un éxito en cuanto a masividad y recaudación. Pero a pesar del homenaje y de tratarse de un thriller encontramos en Búsqueda frenética temas genuinamente polanskianos que atestiguan cierta dosis de autoría: el deseo sexual de un hombre de mediana edad por una jovencita, el engaño y las falsas apariencias, el tema del individuo transportado a un medio físico que le es hostil, y la ansiedad y la angustia generadas por la ausencia repentina de un ser querido.
|