(Le locataire, 1976)
“Gracias en parte a la publicidad verbal y, en parte, al hecho de ser la primera película francesa que yo rodaba en Francia, El inquilino despertó mucho interés en los medios de difusión y fue invitada a Cannes antes de que finalizara el rodaje. (...) Todo marchaba por buen camino hasta que el ministro de Cultura solicitó un pase privado. Aunque no quería mostrarle la copia sin corregir, no podía negarme. (...) Para mi desagrado, el ministro se presentó en compañía de un apuesto joven. El resultado de aquella concesión fue un artículo en el semanario francés L’Express que hacía pedazos la película.” (1) Sin embargo, tras un largo plano secuencia del principio que presenta el interior de un edificio, se desarrolla una cuidadosa puesta en escena de horror y humor; que mantiene la ambigüedad y las expectativas del espectador hasta el final. Polanski recuerda esa primera secuencia: “La secuencia inicial, en la que una cámara de control remoto instalada en una grúa explora el exterior del edificio y penetra finalmente a través de una puerta para filmar un interior, fue una de las tomas más complicadas y satisfactorias que jamás he realizado”.
Trelkovsky es un joven empleado bancario que llega a un edificio de departamentos para alquilar uno. Después de algunos tironeos con el casero del mismo, el joven –interpretado por Roman Polanski- consigue el departamento y se instala. Algo que no se le oculta en ningún momento a Trelkovsky es que el departamento era ocupado anteriormente por una joven que se había suicidado; suicidio cuyo rastro todavía podía seguirse en el agujero en el techo pisos más abajo que la chica había roto al caer. Lo cierto es que el suicidio no había sido del todo exitoso y, movido por una curiosidad morbosa, Trelkovsky va al hospital a visitar a la anterior inquilina, Simone Choule. Allí conoce a Stella (Isabelle Adjani), amiga de Simone y a partir de entonces el baluarte más resistente de cordura de Trelkovsky, una cordura que irá perdiendo poco a poco.
El film retrata la aparente normalidad de una comunidad vecinal en la que irrumpe un sujeto –en apariencia, más “normal” aún- que, en un juego peligroso de identificación y desdoblamiento, se acercará a su propio final. Idenfiticación, pues Trelkovsky está convencido que lo quieren convertir en Simone Choule –desde el dueño del bar que le da el mismo chocolate caliente que a ella y le vende los mismos cigarrillos, Marlboro y no Galoises como Trelkovsky pedía día tras día; hasta la falsa acusación constante que le hacen por hacer ruidos molestos en la casa-, y desdoblamiento porque paulatinamente Trelkovsky irá escindiéndose para dejar aparecer en parte a una cierta fantasía que él mismo tiene de convertirse en ella. Eso incluye utilizar su ropa, sus vestidos, sus maquillajes y comprarse una peluca con la que intentar parecerse más a una mujer que, en realidad, nunca conoció. Tal vez una escena culminante en este sentido es aquella en la que Trelkovsky está en el baño y desde allí se observa a sí mismo en la habitación al otro lado del patio e incluso, espiándose a sí mismo. En este proceso que no huye del humor negro, Polanski tiene la virtud –como lo habría mostrado en otros films como El bebé de Rosemary (1968)- de mantener cierta ambigüedad sobre la realidad y la fantasía. Acercándose al final del film nadie dudaría que el personaje de Roman está bastante loco y que sus reacciones se relacionan evidentemente con algún tipo de patología; sin embargo, durante gran parte de la película es tal el retorcimiento de la imagen y de la realidad –de la supuesta “normalidad”- del edificio que el espectador puede realmente dudar sin sentirse incómodo. Algo similar ocurría con Repulsión (1965) pero allí los desórdenes mentales/sexuales de Carol se manifestaban de modo menos velado para el espectador y mucho más temprano. La relación con Repulsión la recuerda Polanski en su autobiografía: “Tras el estreno, El inquilino, fue acogida con algunas críticas muy ásperas y no alcanzó un gran éxito de taquilla. Un crítico escribió que yo había “asumido el papel interpretado por Catherine Deneuve en Repulsión, y uno echa de menos a la Deneuve”. (2)
Esta habilidad por mantener una línea muy delgada entre la realidad y la fantasía, entre la verdad y la locura, está sustentada también por los puntos de vista que el director alterna en el film. Por momentos de mayor “realismo” cuando está centrado con planos distanciados en los otros integrantes de la vecindad y, en otros momentos, los encuadres vuelven más visible lo tortuoso, con planos más cercanos con los que se muestra todo lo que pasa en el departamento-mundo de Trelkovsky.
Tal es esta “confusión” que uno llega a padecer los ruidos que hace el joven porque sabe que eso traerá consecuencias nefastas el día siguiente. Es tal este retorcimiento de la realidad, que se produce gran identificación con el protagonista incluso en su camino hacia la locura. Algo similar podría pensarse de El bebé de Rosemary, donde el espectador acompaña incondicionalmente a la protagonista (Mia Farrow) en su camino de descubrimiento de una horrorosa (supuesta) verdad, pero siempre contemplando la posibilidad de que todo pase dentro de su mente. Es justamente esta “estrategia” narrativa en ambas películas lo que las hace más horroríficas.
El trabajo fotográfico de Sven Nykvist convierte el terror en un drama psicológico, y el drama psicológico en pasajes de humor negro. Hay escenas que incluso tienen un claro “tinte” expresionista, con sombras marcadas, rostros angulosos y justamente es eso lo que produce una descomposición del miedo hasta convertirlo en algo gracioso, oscuramente gracioso.
La relación con lo sexual también irradia todo el film. No sólo por el travestismo del protagonista y por la no-consumación con Stella, sin también por los Peeping tom que cree ver (o ve) Trelkovsky en el baño al otro lado del patio e incluso, por el agujero en la pared en que Trelkovsky encuentra el diente que le faltaba a Simone Choule en el hospital, y en el que encontrará uno de sus propios dientes una noche.
La estructura del film –cíclica como en otros films de Polanski- conduce irremediablemente a Trelkovsky hacia la misma cama de hospital en la que encontrara a Simone Choule en el comienzo del relato. Y es el mismo grito ahogado que ella le arrojará el que el joven bancario nos arroja a nosotros. ¿Desesperación? ¿Miedo? ¿Advertencia?
Notas:
(1) POLANSKI, R., Roman por Polanski, Barcelona, Grijalbo, 1985, pág. 420.
(2) POLANSKI, R., Op. cit., pág. 421.
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