La historia más grande jamás contada... o filmada *
“No es cualquier tierra,
Agua, madera o aire,
Sino la isla Gramarye, de Merlín,
Donde tú y yo llegaremos”. (1)
David Lean: La historia más grande jamás contada, o filmada…
“David Lean (1908-1991) no fue nunca un personaje famoso entre el gran público, a pesar de haber realizado algunas de las películas más famosas de la historia del cine (Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, El puente sobre el río Kwai, Pasaje a la India). Tampoco puede decirse que la historiografía cinematográfica de los últimos cuarenta años le haya dedicado excesiva atención, aunque tradicionalmente su figura levante tanta admiración como rechazo, e incluso indignación entre buena parte de los críticos. Sin embargo, junto con Alfred Hitchcock y Carol Reed, es el único cineasta británico que fue capaz de situarse en primera línea de la producción americana (desde 1977), manteniendo al tiempo una independencia decididamente inusual. Apegado a un estilo invariable al correr de los años, el director es uno de los pocos que pudo vanagloriarse –aprovechando como lo hizo el capital de los Grandes Estudios– de no haber hecho nunca ninguna película que no quisiera acometer previamente”. (2)
Así comienza su libro dedicado al cineasta inglés, el escritor español Ramón Moreno Cantero, donde encara un minucioso análisis acerca de la obra y de las características principales del cine de David Lean. En parte, sólo se podría agregar a este prólogo, un elemento, acerca de Lean, que Cantero devela más adelante, y sería:incansable viajero.
Porque una de las dificultades (a nivel teórico y sólo eso) al abordar la filmografía de este inglés, es, justamente, que sus filmes son un extenso mapa, donde se narra un doble viaje: por un lado, hacia una geografía exótica (la Rusia zarista, el desierto árabe, las costas irlandesas, la India, la estación de tren de un suburbio londinense, los páramos desolados de una zona rural, la suciedad urbana de la Inglaterra de los años treinta del siglo XIX, la selva birmana, los canales de Venecia), donde los espacios físicos y las fuerzas de la naturaleza se incorporan como un elemento dramático a la trama, además de otorgar un marco, donde el director pone en escena su intimo y minucioso rigor por el detalle; y es que, más allá de la majestuosidad desplegada, los films de David Lean son films intimistas. La historia y los personajes (el doctor Yuri Zhivago, T. E. Lawrence, el maestro rural, su esposa Rose y el oficial inglés, la turista americana soltera y cuarentona, la pareja desencontrada, la joven inglesa y el médico hindú) encuentran un espacio donde se anudan sus pasiones. Espacio mismo y entorno (jugado siempre como “lo otro”, figura invisible que adquiere dimensión sobre la geografía elegida o sobre los sitios donde transcurre la acción), determina una conducta, una reacción, que de alguna manera, contesta a la pasión despertada, contrariándola, sometiéndola, asfixiándola, dejando finalmente en el espectador una sensación de que nada es definitivo, y los finales (de haberlos habido alguna vez), son inciertos.
Hay en Lean una contención permanente, jugada desde todos los lugares posibles, instaurada entre los personajes como una fuerza opresora, que se devela al espectador de manera fragmentada y nunca de manera directa, y esto no esta jugado a partir de una posible “protección” al espectador, sino como una protección hacia el personaje mismo, para dejar, en una escena o un plano, mas tarde, que su rostro de el testimonio necesario, quedando así la representación del dolor, de la tortura, inscripta en la carne misma del o la protagonista. Así, como espectadores, no se nos permite asistir al vejamiento homosexual que sufre Lawrence, o a la casi violación colectiva de Rose en La hija de Ryan (1970). La fotografía en blanco y negro, el encuadre abierto, el cielo nublado y los postes con las sogas de los ahorcados a la vera del camino, es suficiente para enmarcar el ámbito rural de Pip en Grandes Esperanzas, de 1946 sobre la obra de Dickens.
Aquí es donde se inscribe el otro doblez del viaje en Lean, esto es hacia el interior de sus personajes, modelados de manera casi autoritaria e inflexible (lo que le llevó a diversas discusiones con algunos de sus actores, Alec Guinness en El puente sobre el río Kwai y Pasaje a la India, Judy Davis en Pasaje a la India, Christopher Jones en La hija de Ryan), pero lo que se comprueba, en el resultado final, es una impactante relación entre el director (creador) y el personaje (creación), una relación profunda, que somete cada ejercicio físico y facial a una subordinación absoluta hacia lo que se está contando. Nadie puede contradecir lo que padecen, lo que viven, aman y odian, Katherine Hepburn en Locuras de verano (Summertime/Summer Madness, 1955), John Mills en la piel de Pip en Grandes Expectativas; las contradicciones del Cnel. Nicholson – jugado por Alec Guinness – en El puente…, la locura en Peter O´Toole (Lawrence de Arabia, 1962), el horror de la pérdida y el hartazgo de la monotonía por parte de los amantes que nunca pueden concretar su amor, en Breve encuentro (1945), interpretados por Celia Johnson y Trevor Howard; el horror de la violencia en Fagin de Oliver Twist (1948), nuevamente Alec Guinness, la inocencia de Rose (Sarah Miles) y la soledad devastadora de la guerra en el mayor Doryan (Christopher Jones) en La hija de Ryan. La curiosidad en Aziz (Victor Banarjee) en Pasaje a la India, y en Yuri Zhivago (Omar Sharif, Doctor Zhivago, 1965, sobre la novela homónima, ganadora del premio Nobel en 1958 de Boris Pasternak), que devela más tarde un sufrimiento profundo y melancólico. En los rostros de los personajes de Lean es donde se configura el mapa de los deseos y frustraciones, un mapa íntimo que une al director con sus personajes, de manera irreversible: Zhivago muere en el momento mismo, antes de concretar su encuentro tan ansiado con Lara (Julie Christie). La frustración evidente de Lawrence, la incomprensión, el salvajismo; el exilio de Charles Shaugnessy (Robert Mitchum) y de su esposa Rose. Lo incierto funciona como una metáfora de la vida misma.
La variedad geográfica, aplicada a cada film de manera particular, huye de la atadura a los géneros, lo que le permite pasar de las sombras expresionistas de su Oliver Twist a la exquisita plasticidad del Metrocolor de Doctor Zhivago y La hija de Ryan, o del Technicolor de Lawrence de Arabia (fundamental la fotografía de Frederick Young), del género bélico en El puente…, o el film épico (Lawrence de Arabia), al melodrama (La hija de Ryan, Doctor Zhivago, Breve encuentro), y nunca, jamás, hacerlo de manera convencional. Lo que sin embargo, parece unir todos sus filmes es la pasión por el cine, por un estilo, que con los años no ha envejecido, sino por el contrario, logra transmitir la fuerza del artesano, transformando un desierto en un mar de arena o la estepa rusa en un abismo blanco y desolado, el encuentro de dos amantes entre las sombras que erige el odio y el colonialismo (La hija de Ryan) en una fuga; lo fortuito y el deber por encima de la pasión (Breve encuentro) en algo opresivo.
Todo en los films de Lean conllevan una impronta de rigurosidad hacia el detalle. Los guiones, escritos en colaboración con Robert Bolt, ponen una especial relevancia, aún viniendo de una obra literaria (Dickens, Pasternak, Flaubert, Forster, etc.), en un estricto sentido que organiza la trama (ya sea a través de un flashback, o en tiempo real) con una deliberada minuciosidad: nada es dejado al azar. Por otro lado la música (Maurice Jarre, principal colaborador de Lean) cobra una participación en el delineamiento de los personajes, comentando y sobre todo subrayando, cada escena, como pocas veces se ha visto en la historia del cine. Hay una musicalidad que flota entre los personajes (Rose, Zhivago, Lawrence, Jane), que parece acompañarlos, integrándose lo uno con lo otro, y por supuesto, con toda la escenografía (sea esta natural o no).
Uno podría pensar, que es imposible acercarse a la filmografía de David Lean, sin hacerlo con la mirada incrédula del que desea dejarse arrastrar al interior mismo de una película, saborear las complejas relaciones entre los personajes, las tramas, la historia y el entorno (aquello geográfico, físico), todo intrínsecamente unido. Dejarse llevar por la muy inglesa tonada “Colonel Bogey March” entonada por los prisioneros de El puente…, o el leit motiv delicioso de Doctor Zhivago y La hija de Ryan.
Hay lago elocuente en la imagen, en los personajes, en los actores, en los encuadres, en el color y el blanco y negro, en la presencia furiosa de la naturaleza, en el uso del Panavisión o del Cinemascope, y en las dudas y contradicciones anidadas en esas criaturas llamadas seres humanos: el cine de Lean es un mapa de detalles (el caracol en La hija de Ryan), y de obsesiones, de un autor (con plena conciencia de esto) exigente y apasionado.
La filmografía de Lean, tan polémica como olvidada (polémica por incomprendida y subvalorada, olvidada vaya uno a saber por qué), es minuciosa, y expresa claramente la opinión y la visión que tenía Lean sobre el cine. Estamos ante la obra de un autor que, como pocos, supo manejar su independencia autoral de los grandes estudios, a la vez que sus películas debían enmarcarse en grandes presupuestos (eran grandes aventuras, por ejemplo, para La hija de Ryan, la secuencia de la tormenta fue filmada en medio de una tormenta verdadera, de hecho se filmaron varias tormentas, para las que el fotógrafo del film, Freddy Young, tuvo que inventar un dispositivo anexo al lente de la cámara para que no se empañara por el agua; la reconstrucción detallista del Londres imaginado por Lean a partir de la obra de Dickens para Oliver Twist es ingenioso a la vez que espectacular – su efecto sobre los personajes y sobre el espectador también lo es), pero a ninguno de los films puede acusársele de ser impersonal, o de haber cedido a las concesiones típicas que suelen sufrir estas producciones. Lo único que perdió Lean en el proceso final, fueron en algunos casos algunos minutos de metraje (donde tal vez más se resienta esto es en Doctor Zhivago), pero siempre tuvo el control absoluto sobre lo que filmaba, y sobre su idea de cómo contarlo (fotográfica, actoral y musicalmente – Lean participaba también, por ejemplo, del vestuario de los personajes y de la escenografía), y todo esto puede verse plasmado en cada uno de sus films.
Es allí, donde se haya la raíz misma de este artículo, una invitación al cine de David Lean, para encontrar en la majestosa puesta en escena, la búsqueda del detalle, el retrato intimista, la explosión del entorno, y la visión plástica de un artista, compenetrado con su obra, dotándola de una belleza y una rigurosidad pocas veces vista.
“Amo la vida y no quiero morir. Quiero seguir haciendo películas”.
David Lean. (3)
Filmografía de David Lean. Sangre, sudor y lágrimas (In wich we serve; 1942 - Co dirigida con Nöel Coward). La vida manda (This happy breed; 1944). Un espíritu burlón (Blithe spirit; 1945). Breve encuentro (Brief encounter; 1945). Grandes esperanzas (Great expectations; 1946). Oliver Twist (1948). The passionate friends (1949). Madeleine (1950). La barrera del sonido (The sound barrier; 1952). El déspota (Hobson´s choice; 1954). Locuras de verano (Summertime/Summer madness; 1955). El puente sobre el río Kwai (The bridge on the river Kwai; 1957). Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia; 1962). Doctor Zhivago (1965). La hija de Ryan (Ryan´s daughter; 1970). Pasaje a la India (A passage to India; 1984).
· Nota publicada en la revista Psyche Navegante Nº 53 – www.psyche-navegante.com / Área: Cultura. / Sección: Espectáculos. Cine.
Notas:
(1) The Once and Future King. Terence H. White. Camelot(Versión castellana). Debate Literatura. Editorial Debate, S.A. Segunda edición, septiembre 1990. Madrid.
(2) DAVID LEAN; Ramón Moreno Cantero. Signo e Imagen/Cineastas. Ediciones Cátedra, S.A. 1993. Madrid.
(3) The cinema of David Lean. G. Pratley. Nueva Jersey / Londres A.S. Barnes and Company / The Tantivy Press. 1974.
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