El General de la Rovere (Il generale della Rovere, Roberto Rossellini, 1959)
Las mujeres han dejado de querernos porque lucimos camisa negra. Dicen que debemos estar encadenados. No conviene el amor con fascistas, es mejor con un cobarde sin bandera. Aquel que no tiene sangre en las venas, aquel que quiere conservar su piel entera.
Los soldados alemanes que ocupan Génova en 1943, marchan por la ciudad entonando esta canción. Una ciudad que en sus pocas paredes en pie, muestra carteles para los soldados italianos desertores: Pena di morte per i disertori ed i remittenti di leva (pena de muerte para los desertores y los remisores de reclutamiento). Así construye Rossellini el contexto en el que transcurrirá la historia inspirada en la novela homónima de Indro Montanelli. (1)
Sin embargo, la impronta del director se manifiesta en todo el film. En los aspectos formales, el uso del zoom (2) con que nos muestra al General de la Rovere, encarnado por Vittorio De Sica, no es simplemente una elección técnica, sino un recurso puesto en función de fluidez en la narración, ya que la temática y el contexto ya llevan una carga muy pesada.
La dirección de actores se luce con un Vittorio De Sica increíble. Más allá de los matices propios del personaje, de la doble moral –si se quiere- en la que se inscribe, la ejecución del papel es impecable. Así lo demuestra la escena en que se corta la luz en la sala de juego y éste con una linterna corrobora su mala racha.
Rossellini utiliza imágenes de archivo a las que hace cumplir una doble función: por momentos son solamente documentales y, por otros, son la base para efectos visuales como sobreimpresiones. Así aparecen los aliados del General de la Rovere caminando entre edificios en ruinas, que no se alejan demasiado de las reconstruidas en los estudios Cinecittá para el film.
La muerte del verdadero General no puede ser menos grandilocuente: es tiroteado como un vulgar ratero. Paradójicamente, esta muerte insignificante es la que hará girar la historia. Para contarlo, nuevamente Rossellini, elige una manera particular. Es una acción que cobra fuerza con el avance de la historia. Un hombre al que disparan por la espalda mientras sale corriendo, está más que visto en films de guerra. Pero este hombre muere dos veces, y se lleva consigo los honores propios y los de su reemplazante.
Por otro lado, el film genera un espacio de reflexión para el espectador, que fácilmente hubiese podido ser reemplazado por un juicio de valor hacia el personaje y hacia Italia toda. Y allí es donde aparece la genialidad. En la elección de una historia que permite abrir interrogantes, aunque no siempre pueda dar la respuesta. Menos cuando se trata de humanos. Menos cuando se trata del fascismo.
El personaje en cuestión, el General de la Rovere (o Bertoni), al que una situación límite le arranca un acto de valor, ha dudado, se ha equivocado, ha tenido miedo, ha delinquido, mentido y engañado, y ha dilapidado el dinero ajeno. Incluso ha negociado con soldados del ejército nazi.
Su negocio iba desde vender diamantes falsos, hasta conseguir información sobre los presos, hacerles llegar víveres o averiguar si están vivos o no. Movido por la sed de dinero o por la compasión, establece una relación con un coronel nazi para resolver uno de estos trabajos. Pero el coronel descubrirá el oficio de este italiano venido a menos y allí produce un quiebre en el film.
El coronel alemán debe corregir el asesinato por error de un general italiano, cabecilla de las fuerzas subversivas, así es que le ofrece a este personaje tan especial, hacerse el muerto para conseguir información de los otros presos políticos, a cambio de salvar su vida.
Della Rovere significa "del roble". Y este hombre, estaba claro, era de madera muy sólida dice Montanelli en la novela del verdadero General, mas Rossellini toma una posición menos definida. Al ser los tiempos de guerra los menos propicios para imponer valores morales, y tiempos en los que la lógica queda a un lado aplastada por los intereses de supervivencia personal, por la hegemonía del “salve quien pueda la vida” como lema, el accionar de este italiano fraudulento pareciera estar justificado. Por otro lado, la figura de los alemanes no está representada con el arquetipo de torturador, insensible e intransigente. En las conversaciones con Bertoni o con la Baronesa -esposa del verdadero General de la Rovere- es de lo más amable, comprensivo, casi humano. Hasta que explica que esta es una guerra justa, o que convence a la esposa del General que es mejor que no la vea para su fortaleza espiritual. Incluso diciendo estas palabras, el coronel es un personaje al que Rossellini le permite matices, no como fuera el de Roma ciudad abierta, por ejemplo. Pareciera ser que este rasgo de humanización que tiene este coronel nazi es tan natural como la elección de Bertoni de salvarse haciéndose pasar por otra persona y negociar información.
Al principio parecía una misión simple. Pero la reacción de los soldados manifestándole tanto respeto, depositando esperanzas en la llegada del General, la facilidad en obtener la información secreta, la hacían cada vez más pesada. Y ocurrió entonces. Bertoni, desempeñando el papel del general De la Rovere, se convirtió en De la Rovere de verdad. Emprendió una tarea sobrehumana: hacer de San Vittore una prisión a prueba de confesiones y de inspirar a los allí reunidos fortaleza para hacerle frente a su destino. Y por su presencia imponente, su impecable pulcritud, por su valor y su fe, trajo un nuevo sentimiento de dignidad y de propia estimación de esos pobres seres allí encarcelados.
Así se llega al inexorable final. Bertoni se entrega al pelotón de fusilamiento.
En un acto que pareciera ser heroico, tras negarse a que le vendasen los ojos, da un paso adelante en la fila frente al pelotón y exclama ¡Señores oficiales, en los momentos en que arrastramos el último suplicio, vayan nuestros pensamientos de fidelidad a la amada Patria! ¡Viva el Rey!
Ahora bien, más allá del formalismo técnico, el planteo interesante y profundo que abre Rossellini es acerca de las elecciones y el compromiso de las personas.
Bertoni, ¿lleva a cabo un acto de valor o es la culpa que asoma ineluctable? ¿Es lícito juzgar a este personaje habiendo permitido que la masacre ocurriera?
Según Robert Stam ”la historia de la teoría cinematográfica pone de manifiesto un cierto diálogo entre dos momentos necesarios, el de la imaginación creativa y el de la crítica analítica, una fructífera oscilación entre los entusiasmos extáticos y el frío rigor analítico de quienes tratan de poner orden en el fascinante caos creado por los entusiastas creativos (lo que no impide que la crítica pueda desplegar su propio entusiasmo y creatividad)”.(3) Entonces, Rossellini en este film logra ese equilibrio entre estos dos momentos necesarios que describe el autor, porque la búsqueda de la película por respuestas para las víctimas de la guerra y para los que quedaron sin poder entender nada, está dada través de un despliegue técnico y una historia estructurada correctamente. A través del entusiasmo creativo. A través del cine.
Notas:
(1) El trabajo de enviado especial de Indro Montanelli en la guerra de Abisinia, en la Guerra Civil española, en Albania, durante la invasión fascista, su conversación con Hitler, es material obligado de consulta para los jóvenes periodistas y para los lectores que hasta el último día de su vida fueron su máximo interés. Hasta el último minuto, Montanelli se mantuvo fiel a su cita semanal con una cadena de televisión italiana donde analizaba la actualidad semanal. Fascista convencido en su juventud, arriesgó la piel cuando se separó del régimen, hasta el punto de terminar en una prisión de Roma, condenado a muerte por actividades antifascistas. Escapó del pelotón de fusilamiento por muy poco y escribió la novela El general de la Rovere.
(2) El movimiento de Zoom, o travelling óptico, es aquel en el que el punto de vista o perspectiva de la cámara no cambia, únicamente lo hacen las dimensiones de la escena en el interior del cuadro gracias a los objetivos de focal variable. Un zoom nunca cumple la función de un travelling. Su impresión óptica es diferente y por ello transmite valores distintos. Su uso reiterativo conlleva un modelo de narración efectista muy habitual en el cine de los años 60 y principios de los 70.
(3) Robert Stam, Teorías del cine. Una introducción , Editorial Paidós, Barcelona, 2001.
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