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:: Tren de Vida (Radu Mihaileanu, 1998)

“Tren de vida” construye una fábula para erigir el viaje de un loco que puede, al menos en sus ensoñaciones, cambiar la historia.

Había una vez una aldea colorida en la que vivían felices y...
Y comienza el cuento. El loco del pueblo viene a los gritos para anunciar que los nazis están llegando. La quietud se transforma en grito, y en este caso, claro está, en un baile locuaz y carnavalesco propiciado por la música del inconfundible Goran Bregovic (encargado de la musicalización de films de Kusturica como Tiempo de Gitanos y Underground.
El consejo de sabios se reúne para decidir qué hacer frente a esta aterradora noticia. Por supuesto, el loco que encarna los sueños ilimitados de un niño, tiene la gloriosa idea: un falso tren de deportación. Y aquí comienza la historia propiamente dicha, plagada de ternura y pureza sin pretensiones, pero sin por esto perder su admirable capacidad para contraponer la tradición y la cultura frente al fanatismo y la barbarie organizada. Todos los detalles del armado de este vehículo se conforman como contracara vital de lo dolorosamente conocido.

Y resulta inevitable hacer la comparación de esta película con la vanagloriada La vida es bella de Roberto Begnini. De hecho, una fuerte versión asegura que fue el guión de Tren de Vida que le fuera enviado a Begnini para que participara en el film, fue el origen de la hurtada y vapuleada inspiración de su película . Pero a diferencia de ésta, Tren de Vida no intenta internarse en la historia de la Shoá y hacer humor frente a ella; por el contrario, esta última logra construir una vía paralela para conducir su ilusión. Y de esta forma, se adentra sin excesos en un terreno aparte pero sostenido en las raíces. Y sin duda es el cine, ilusión en movimiento, su aliado inigualable. ¿Cómo imaginar de otra forma la imagen del loco sobre el techo del tren en funcionamiento, alzando sus brazos para levantar vuelo?

Pero antes que nada, un tren de deportación necesita nazis y ninguno de los tripulantes judíos quiere ese rol en el juego. Ya seleccionados quiénes serán los malos, deben luchar para transformar su acento iddish en alemán, para lo cual se les indica dejar de lado el humor propio del iddish, planteado como sátira de la dura y concisa lengua alemana. Así, una a otra se suceden frescas y risueñas situaciones que permiten dejarse llevar gustosamente en esta travesía. No faltan tampoco los convertidos en comunistas que intentan establecer sus propias doctrinas del partido en el funcionamiento del grupo. Ni una iddishe mame que le pide a su hijo renegado de sus orígenes que sea lo que quiera pero que no deje de ser un mench (un hombre), reflexión para nada casual que manifiesta el espíritu contenido durante todo el film, su tangible humanidad.
No faltan tampoco las peleas internas contra los irreales nazis que comprenden que deben asumir su rol en este tren fantasma y provocan variadas antipatías en el resto.

Resulta destacable el cruce con otro tren de deportados falsos que lleva gitanos. Este fundamental encuentro entre los perseguidos no sólo otorga un necesario cruce con la veracidad histórica, aún en este desvío fantasioso, sino que, además, nuevamente de la mano de Gregovic, nos permite una pequeña fiesta de encuentros musicales.
La última escena nos impacta con la realidad y nos dice que el cuento se ha acabado. Y que tan sólo ha sido un cuento. Y que así como valió la pena contarlo, hay realidades que no pueden, ni deben poder negarse.


Por Natalia Weiss (nataliaw@solocortos.com)
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