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:: Dr. Strangelove

o Como Kubrick aprendió a no preocuparse y amar la bomba

La imagen real no está a la altura de las expectativas, no trasciende. Ahora me interesa tomar una historia, fantástica o improbable, y tratar de llegar a su fondo, lograr que no sólo parezca real sino inevitable. (1) Estas son palabras de Stanley Kubrick donde puede verse cómo se desliza la hipótesis principal de Dr. Insólito o como aprendí a no preocuparme y amar la bomba (Dr. Strangelove, or how I learn to stop worryng and love the bomb, 1964).
Convencido del ataque comunista, el general americano Jack Ripper (Sterling Hayden) elabora una extraña teoría acerca de la fluorización del agua que beben los americanos. A sabiendas de la extraordinaria proporción de agua en el mundo y con una certeza inexplicable, se dispone a preservar los valiosos fluidos y así evitar que el flúor los transforme en comunistas. La confesión de esta teoría se la hace a un británico aterrorizado, uno de los tres roles interpretados por Peter Sellers: Ripper tuvo la revelación en el momento extático del sexo cuando pudo conocer el vacío, una pérdida de sentido difícil de transmitir pero que permitió metafísicamente acceder al maquiavélico plan comunista. El pasmado británico, Mandrake, recibe con impotencia la orden de lanzar un ataque nuclear a Rusia.
-Habla el general Ripper, ¿reconoce mi voz?
-No, señor.
-Muy bien... ahora escúcheme atentamente. La base es puesta en Alerta roja (...) me temo que no se trate de un ejercicio. (...) parece que estamos en guerra.
-¡Oh, caramba, señor!
Un omnisciente narrador: -Con el fin de estar prevenido contra el peligro de su ataque nuclear por sorpresa, el Comando Aéreo Estratégico de Estados Unidos mantiene una fuerza aerotransportada durante las veinticuatro horas del día, que se extiende desde el Golfo Pérsico hasta el Océano Ártico, pero todas esas fuerzas tienen un factor geográfico común: están a dos horas de vuelo de sus blancos en el interior de Rusia...
El mayor Kong (Slim Pickens), en vuelo, se queda atónito al recibir órdenes de ejecutar el plan R pero, luego de una breve vacilación, deja de temblar, convencido: -Bueno, muchachos, supongo que se trata de una guerra nuclear con los rusos.
Mientras, en el salón de guerra del Pentágono, el presidente (Sellers nuevamente) pelea con sus generales, decidiendo entre reprimir al general demente o aprovechar el ataque para arrasar a la unión soviética. Quien lo acompaña es un desequilibrado general Turgidson (George C. Scott), que sólo inclinará su balanza si le conviene pero que, conmocionado, lee el mensaje de Ripper al Comando Aéreo Estratégico, un patriota llamado a la defensa nacional:
Sí, caballeros, ellos están en camino y nadie puede hacerlos regresar. Por la salvación de nuestro país y de nuestro sistema de vida, sugiero que envíen ahora mismo el resto del CAE. De lo contrario, seremos totalmente aniquilados por la represalia roja.
Hasta aquí, a pocos minutos de comenzada la película, el tema ya está al descubierto: el Apocalipsis puede desencadenarse por un ataque atómico ordenado por un psicótico. Pero todos los dirigentes tienen algo en común: un apetito insaciable de poder. Turgidson mismo dice: -No creo que sea totalmente justo condenar todo un programa a causa de un pequeño error. Lo que el presidente Muffley corrobora: -La política adoptada por nuestro país es la de no ser nunca los primeros en atacar con armas nucleares. (...) No quiero pasar a la historia como el exterminador de pueblos más grande del mundo después de Adolf Hitler, en un acto de grotesco egocentrismo.
Mientras un asistente afirma que no pueden encontrar al Premier en el Kremlin, el embajador ruso De Sodesky prueba todo tipo de fiambres y habanos mientras afirma: -Nuestro líder es un hombre del pueblo, pero también es un hombre, con pícara expresión.
Pero el presidente no puede permitir semejante falta de preocupación mientras la humanidad está en peligro y murmura algo que De Sodesky le hace repetir: -¡Dije que el Premier Kissof es un comunista ateo y degenerado! Con lo que da paso a un forcejeo inevitable entre los defensores de ambos bandos.
Al establecer finalmente la comunicación con el Kremlin, Muffley toma el teléfono para escollar en una conversación consecuente: -Escuche, Dimitri, usted sabe que siempre hablamos de la posibilidad de que algo anduviera mal con la bomba... la bomba, Dimitri, la bomba de hidrógeno... Bien, ocurre que uno de los comandantes de nuestra base tuvo una especie de... bueno, se le metió en la cabeza hacer algo un poco extraño. (...) Ordenó a nuestros aviones... que atacaran su país... Déjeme terminar, Dimitri... oiga, ¿cómo cree que me siento yo con este asunto, Dimitri? ¿Para qué cree que lo llamo, sólo para decirle hola? (...) Por supuesto es un llamado amistoso... El embajador ruso no se contiene y toma el teléfono: -Dementes... la Máquina del Día del Fin del Mundo... un arma que destruirá toda la vida humana y animal por espacio de cien años.
Mientras los bombarderos se debaten entre la vida y la muerte con patriotismo convincente y mientras el inglés Mandrake presencia el suicidio de Ripper después del advenimiento de los cosacos, en el salón de guerra siguen deshaciéndose en diálogos surrealistas pero curiosamente verosímiles para llegar a la conclusión de que no todos los misiles norteamericanos habían regresado después de la contraorden y que uno de ellos, el del mayor Kong, podría estar dañado pero en camino.
En efecto, el B-52 se prepara para la gran detonación cuando descubren el desperfecto que no les permite el golpe final. En el compartimento para bombas, Kong se abre camino entre los proyectiles que llevan inscripciones como "¡Hola, ahí vamos!" y "¡Querido John!". Kong sigue haciendo múltiples esfuerzos hasta un último arreglo. Las puertas del compartimento de las bombas se abren de par en par y se suelta la bomba con el mayor Kong montado en ella, quien cae sonriendo, con una suerte de grito de victoria y la satisfacción del deber cumplido.
Mientras las explosiones comienzan su secuencia, en la sala de guerra, el Dr. Insólito (nombre obtenido por el oficial nazi al convertirse en ciudadano norteamericano), jefe de investigación y desarrollo, un Sellers germánico e histérico, da vueltas su silla de ruedas y enfrenta a la cámara con un macabro plan al mejor estilo de Josef Mengele. -Señor Presidente... No descartaría la posibilidad de preservar un pequeño número de especímenes humanos... Sería muy fácil... en el fondo de algunos de nuestros pozos mineros más profundos, mientras se le escapan las palabras "Mein Führer".
El principal problema del plan urdido por Dr. Strangelove es la selección de los sobrevivientes pero según él -Podría hacerse fácilmente con una computadora, programada para asegurar juventud, salud, fecundidad sexual... ¡claro que sería menester incluir a nuestros principales militares y funcionarios del gobierno! grita mientras debe combatir a su brazo derecho para que no se levante en respetuoso saludo al compás del "Heil Hitler" que se le escapa. -Con diez mujeres por cada hombre, calculo que dentro de veinte años podríamos volver a alcanzar el nivel de nuestro actual Producto Nacional Bruto, dicho lo cual el resto de los asistentes al salón de guerra empiezan a sentirse seducidos por la insólita propuesta pero que, entre otras cosas, permitiría ponerle fin a la relación sexual monógama. Dr. Strangelove sigue combatiendo a su brazo mecánico que se erecta y le da varios golpes hasta casi estrangularlo.
Turgidson duda de la eficacia del plan si los rusos se llevan unas bombas y tratan de dominar al mundo. Pero Dr. Strangelove tiene una solución. Abandonando la silla de ruedas, parándose con dificultad sobre sus piernas defectuosas, se acerca al presidente y exclama:
-¡Mein Führer... puedo caminar! En el agónico grito de un Lázaro agradecido que no sabe que está a punto de presenciar el fin del mundo. Las explosiones se suceden al son de We will meet again (Nos encontraremos nuevamente) de Vera Lynn con lo que finaliza la película.
Kubrick se sentía interesado por la guerra fría y la posibilidad de ataques nucleares desde varios años antes del rodaje de Dr. Strangelove. Pensó primero en la posibilidad de una película que abordara de manera realista y seria el tema pero, a medida que iba informándose, descubría más y más posibles puntos de escabroso humor negro y cada vez los argumentos de los poderosos le parecían más ridículos. "¿Podría haber algo más absurdo que la idea misma de dos megapotencias dispuestas a exterminar a toda la raza humana debido a un accidente fortuito, condimentada con divergencias políticas que dentro de cien años parecerán tan insensatas como nos resultan hoy los conflictos teológicos de la Edad Media?" (2)
Kubrick elaboró una comedia pesadillesca que se introduce en el tema negándolo porque entendía que el mejor argumento era aquel en el cual no se ponía en evidencia la trama en forma precisa. Basándose en la novela de P. George, "Red Alert", elaboró una pantomima opresiva con antihéroes capaces de llegar a los más bajos niveles de imbecilidad.
La crítica se polarizó en torno al estreno de Dr. Strangelove. Más allá de la legitimidad del recurso del humor para el abordaje del tema, es posible reconocer también un enfoque agudamente crítico, aún mas que en films de formas más tradicionales. La eficacia de "método Kubrick" está en el grotesco que involucra distanciando y provocando una reflexión obligada.
En una carta al New York Times del 1° de marzo de 1964, Lewis Mumford se explaya como sigue:
"Los disparatados personajes de Dr. Strangelove nos dicen justamente lo que es menester decir: esta eventualidad de pesadilla que maquinamos para nuestros hijos no es nada más que una fantasía insana, de naturaleza tan horrorosamente deformada y deshumanizada como el propio Dr. Strangelove. No es este film el que está enfermo: el que está enfermo es nuestro país supuestamente moral y democrático que permitió la elaboración de esa política y su puesta en marcha, sin simular siquiera la apariencia de un debate público abierto. Dr. Strangelove, es el primer film que interrumpe el estado de trance catatónico producido por la guerra fría, que durante tanto tiempo mantuvo a nuestro país asido a sus rígidas garras." (3)
Otros autores fueron menos entusiastas como Pauline Kael: "Dr. Strangelove inauguró una nueva era cinematográfica. Ridiculiza todas las cosas y todos los individuos que mostraba, pero ocultaba sus propias devociones liberales... era sentida no como sátira, sino como confirmación de temores." (4)
De cualquier manera y, más allá de la polémica, la opresión de films como La patrulla infernal (Paths of glory, 1958) o El resplandor (The shining, 1980), se ve evidenciada en Dr. Strangelove de manera diferente, que poco tiene que ver con la ridiculización de los acontecimientos reales en sí sino que se presenta como otra manera de darle nombre a la destrucción y a la deshumanización absolutas.

Notas:
(1) Macklin, F. Anthony, Sex and Dr. Strangelove, Film Comment, vol. 3 N° 3, pág. 55.
(2) Gelmis, Joseph, Film Director as Superstar, Nueva York, Doubleday Slim Pickens, 1970.
(3) Crist, Judith, Dr. Strangelove: committed, bitter, one of the best, Herald Tribune, Nueva York, 30 de enero de 1964.
(4) Kael, Pauline, I lost it at the movies, Boston, Little, Brown, 1965. *

* Los comentarios y sus fuentes fueron extraídos de Norman Kagan, El cine de Stanley Kubrick, Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1974.


Por Natalia Taccetta (natalia@solocortos.com)
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