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:: Vermouth con papas fritas, y good show

Cabaret (1972), la película por la que Bob Fosse ganó 8 Oscars, entre ellos el que le arrebató a Cóppola por “El padrino I”, al parecer no es sólo una cara bonita.

“Afuera está ventoso. Aquí adentro la vida es bella”.
Ventoso es lo mínimo que puede decirse de Berlín en los años 30. Una ciudad que permitía el surgimiento, ascenso y triunfo de Adolf Hitler, de su desprecio por la democracia y de su devoción por el autoritarismo, el fascismo y el antisemitismo.
Y sí. Bella es la vida en el Kit Kat Club. Su maestro de ceremonias, narrador y cronista musical es quien nos lo devela al principio del film. Lo mismo hará con el triunfo de la ideología nazi que acabará por imponerse.

Entonces, ¿Cabaret es una película musical sobre el nazismo?. Sí. Y este es el momento de aclarar que la discusión sobre si es correcto o no que esto suceda, no será abordada en esta nota.

¿Mencioné ya que el film es de 1972?

Bob Fosse trabaja en el film la contraposición de dos espacios: la realidad alemana de los años 30 y el interior de un night club contemporáneo y local. Al margen de la posible apreciación de que Berlín era un cabaret, la principal función de esta polaridad es que los números musicales que transcurren en el escenario hagan referencia a situaciones acontecidas en la realidad. El montaje paralelo de estas secuencias conduce indudablemente a la resignificación de ambas situaciones.
Ejemplos, y... toda la película, pero pensemos en alguno. La declaración de amor de un joven alemán a una chica judía es seguida de una romántica canción a cargo del presentador, quien subyugado por la belleza de su novia (que es una mona, -sí, un simio, mono hembra- vestida de rosa), explica que la quiere aún con sus defectos, aunque ella sólo tiene uno, que es ser judía.
Otro ejemplo es la golpiza que recibe el dueño del Kit Kat Club de un grupo de soldados alemanes por no querer recibirlos en su club. Este típico acto de “valentía”, se muestra en paralelo con un balie en donde las bataclanas se van transformando en soldados alemanes (y sí, pensemos otra vez en una ironía por parte de Fosse). Una de ellas, el presentador travestido, se deja golpear las nalgas por un obeso espectador, luego se saca la peluca, se inventa un bigote estilo Fürer, hace el saludo y se retira.

El único ejemplo de este estilo que ocurre fuera del cabaret, es en una cervecería alejada de la ciudad donde repentinamente un blondo adolescente se pone de pie y comienza a cantar una suerte de himno nazi, al son de el mañana me pertenece.(1) La gente se va poniendo de pie para unirse al patriótico canto, salvo los ancianos y los personajes principales de la historia, que se van del lugar, asumiendo silenciosamente que el nazismo ya se instaló en toda Alemania.

Los personajes que habitan ese Berlín son un punto interesante para detenerse. Sally Bowles, es una cantante, aspirante a actriz norteamericana que no sabe lo que quiere, ni tiene deseos de averiguarlo. Brian, es un inglés que llega a Alemania a dar clases de su idioma nativo y se enamora de Sally, quien pese a ser diferente, le corresponde, un multimillonario juguetón -ajeno a la problemática berlinesa- que insta a Sally y a Brian constantemente a la diversión y al estilo de vida despreocupado que él lleva. Incluso, llegan a formar un triángulo amoroso, que se romperá con la partida del millonario hacia Argentina (¿ ?), un judío cazafortunas que reniega de su religión hasta que se enamora de una millonaria judía, y se confiesa para casarse felizmente.
Bob Fosse nos muestra entonces cómo una ciudad puede generar seres detestables, ser más hipócrita y amarga a la vez que un cabaret, lugar que se supone sórdido, oscuro y lleno de corrupciones.
Fosse fue un realizador que en todas sus películas trabajó con personajes que no se inscribían en el estilo de vida del trabajo a casa y de casa al trabajo, que tenían relación con las drogas o tenían profesiones que, generándoles conflicto o no, los conducían a construir un modelo propio de vida que ponía en jaque a aquellos que se atrevieran a juzgarlos.
Puede pensarse que esta actitud es producto de la semejanza con el propio modo de vivir de Fosse, pero me atrevo a decir que la crítica a la “moral y las buenas costumbres”, esas que son reaccionarias y unilaterales, es lo que justifica cada película de Bob Fosse.
Por eso, cuando llega el final de Cabaret uno se queda pensando cómo pudo haber sido posible la existencia de un monstruo tal, tarareando “oh, cabaret, oh, cabaret”.




Notas (1) La canción “Tomorrow Belongs To Me”, tradicional pieza alemana cantada en la película por un miembro de las juventudes hitlerianas, ha sido adoptada por varios movimientos neo-nazis, entre ellos el británico Skrewdriver.

Por Lara Decuzzi (lara@solocortos.com)
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