Padre e hijo juntos...
El padre, jugador de fútbol; el hijo, su principal admirador... Leopoldo Torres Ríos y Leopoldo Torre Nilsson se unen en un film que aúna los esfuerzos de un padre por reivindicar su imagen ante su hijo y los de padre e hijo consiguiendo una película sensible, visceral. A pesar de que se la ha atribuido más al padre que el hijo, Torre Nilsson parece haberse hecho responsable del proyecto desde el inicio. La película fue producida por Armando Bó que había producido, también, Pelota de trapo (Leopoldo Torres Ríos, 1948). El hijo... surge a raíz del éxito de esta última y es la última que hacen juntos. Torre Nilsson se independizaría de su padre a partir de Días de odio y La Tigra (1954); a partir de las cuales, según sus propias declaraciones, se dedicaría a hacer un cine en el que se sienta reflejado el hombre. (1)
El partido pide un minuto de silencio para dar tributo a un crack, al crack del Internacional, al padre de Marito, a Héctor “Balazo” López (Armando Bó). Cuando los avatares deportivos del jugador parecen ponerse de acuerdo con los hinchas que no dejan de abuchearlo y se oyen cosas como -Está fallando el famoso “Balazo”, el único que no deja de admirarlo es su pequeño hijo (Oscar Rovito).
El film intercepta dos mundos distintos. El mundo de la calle, del potrero, de la pasión y el mundo burgués que la madre puede ofrecerle pero que Marito se obstina en rechazar. Los hinchas están enojados con la estrella del Internacional que, sin reconocer su disminución física, realmente ostensible, lo acorralan y lo golpean humillándolo delante de su hijo que, junto con su padre, termina en el piso como otra figura inerte que apenas puede distinguirse en una noche cada vez más ominosa.
Pero la película recupera su luz cuando, en la habitación en la que viven, Balazo le pregunta a Marito: -¿Vos creés que soy un vendido? –Qué vas a ser un vendido... Tuviste una mala tarde. Todos los cracks tienen una mala tarde. Balazo cree que no debió haber vuelto al fútbol pero su hijo sólo vive porque él es una estrella, su estrella.
Balazo intenta sacar a su hijo de la vida de la calle, de la vida de las palabrotas y la poca educación, del “veneno del fútbol” como gusta en llamarlo su suegro. Pero Marito se desespera cuando se da cuenta de que su padre lo ha dejado en un mundo que no le pertenece en modo alguno y su desilusión es aún mayor cuando, a través del diario, se entera que su ídolo ha pasado a la reserva.
Una casa lujosa, una familia extraña, un colegio privado de esos de antes. Pero Marito sólo tiene una idea en la cabeza –Para jugar al fútbol hay que tener un corazón grande así, hay que tener... Pero, más allá del corazón que sólo su hijo puede reconocerle, Balazo no consigue trabajo ni en el puerto. Y Marito no puede menos que escaparse de un mundo al que no quiere acostumbrarse para salvarlo.
En su huida, se enfrenta por primera vez con la muerte cuando un hombre a punto de suicidarse, le da lo último que tiene para pagar la multa por haber viajado sin boleto. Marito se enfrenta con lo terrible, como si su corazón estuviese preparándose para el golpe inesperado: -Mi papá es Balazo, el famoso centroforward, le dice.
El pequeño camina por las calles en una escena pesadillesca que transmite el mismo clima de la escena de la pelea, con la diferencia de que ahora es Marito que, solo, se enfrenta a la búsqueda de lo que les es más propio, siendo él el único hincha que importa.
Balazo vuelve de su día de fracaso en fracaso. La voz de Marito le parece un sueño, una alucinación en la que no puede creer hasta que se une en un abrazo con él. Pero cuando advierte que ese abrazo no puede darle de comer a ni mandarlo al colegio, una cachetada los separa. Debe alejarse de él, como si tuviera que separarse de su propio corazón. Marito sabe que su padre lo necesita, que no está hablando en serio, que no quiso pegarle, que sólo está teniendo una mala racha y, entonces, vuelven a unirse en otro abrazo, ahora eterno, cuando su madre entiende que no podrá suplir los años de ausencia infinita.
Así Balazo renueva sus fuerzas y, a pesar de que nadie confía en él, descuella hasta que debe irse lesionado. Una lesión que lleva a los hinchas arrepentidos al hospital, a darle fuerzas con sus cantitos con el poder inexplicable de la pasión.
Habiendo recuperado la confianza de sus fanáticos, Balazo se prepara para un duelo final. Sabe que la fatiga le quitará la mitad de su energía, sabe que no durará todo el partido y que, como un gigante, en un contrapicado que no puede más que involucrarnos, caerá cansado sobre nosotros.
-Esto no es de ahora, dice el médico al revisarlo en el vestuario. Pero, más allá de la muerte, Balazo acaricia a su hijo por última vez y es la primera que Marito puede decirle “mamá” a esa mujer que se presentaba antes como una extraña: -¡Mamá, no se despierta! Así muere el ídolo pero no la pasión, ni el amor inconmensurable de su hijo.
El hijo del crack, puede no ser de las mejores películas de los exitosos y prolíficos directores, pero el talento no está en haber hecho un relato orgánico de una historia entre padre e hijo sino en haber hecho imágenes una pasión posible de ser representada, solamente, en un amor como este.
Notas:
(1) Torre Nilsson por Torre Nilsson, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1985. Selección y prólogo de Jorge Miguel Couselo.
Ficha técnica:
Título original: El hijo del crack
Fecha de estreno: 15/12/1953 en el cine Normandie
Dirección: Leopoldo Torres Ríos y Leopoldo Torre Nilsson.
Guión: Rafael García Ibáñez sobre idea de Armando Bó.
Intérpretes: Armando Bó, Oscar Rovito, Miriam Sucre, Francisco Donadío, Pedro Laxalt, Héctor Armendariz, Alberto Rinaldi, Rolando Dumas, Nelson de la Fuente, Víctor Omar, Reina Ortiz, Carlos Benso, José Núñez, Fioravanti, Omar Crucci, Ernesto Bruno, Angel Labruna, Carlos Locasi, Alberto Britos, Juan Carlos Musegne, Norberto “Tucho” Méndez
Fotografía: Enrique Walfisch
Música: Alberto Gnecco y José Rodríguez Fauré
Montaje: Rosalino Caterbetti
Producción: Armando Bó para SIFA*
* Datos extraídos de R. Manrupe / M. A. Portela, Un diccionario de films argentinos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2001.
|
|
|