El humor puede solapar un mensaje muy alejado de la risa. Las películas de Olmedo y Porcel, el tratamiento del cuerpo y del sexo.
Es cierto que hoy a la distancia es más fácil pensar el contexto y permitirse buscar un mensaje capcioso. Pero eso no aliviana el peso que conllevan.
Las películas de la época del gobierno militar en Argentina aparecen a nuestros ojos como relatos inocentes, teñidos de humor y despojados de cualquier mensaje político.
Ahora bien, pensando en la historia en el cine, las películas pueden ser fuente de documentación histórica y medios de representación de la historia. El cine en la historia, puede asumir un importante papel en el campo de la propaganda política, en la difusión de ideología. A menudo, se establecen relaciones muy estrechas entre el cine y el contexto socio-político sobre el cual puede ejercer una influencia en modo alguno ordinaria.(1)
Teniendo en cuenta estos conceptos, es tentador pensar en las películas de Olmedo y Porcel estrenadas entre 1976 y 1983. Películas que entretienen al público, que hablan de sexo despojado de erotismo y que, inmersas en ese contexto, sirven para tapar una realidad que de entretenida no tiene nada y si está despojada de algo es de valor y respeto por la humanidad. Esa es la historia.
Para empezar con alguna de ellas, por ejemplo Mi novia, el… (Enrique Cahen Salaberry, 1973) desde el principio exige aclaraciones. El título original era Mi novia, el travesti, sin embargo quedó omitida la condición sexual de la protagonista por motivos obvios. Comienza la historia con un Olmedo espectador de un show de revista ejecutado por Susana Giménez. Acto seguido, una despedida de solteros, un novio casi desnudo por la ciudad de Buenos Aires, que termina con todo el grupo de amigos en otro espectáculo de exhibición femenina. Resulta extraño a la mirada ingenua, que Susana se muestre como Dios la trajo al mundo, dentro de una copa gigante, como ofreciéndose a quien tenga sed. La extrañeza no repara en la metáfora, sino en cómo pudo ser en 1973 que esta película se estrenara… Y más aún, cuando se explica que esa vedette con un cuerpo perfecto es un travesti. La reacción primera es de tal indignación que los machazos no toleran semejante espécimen. Por eso, hacen una apuesta, en donde se juegan el salario de ese mes. Olmedo debe conquistarla/o con el fin específico de matarlo a patadas. ¿Y por qué tanta indignación? Porque con el sexo no se juega, explica un ofuscado Olmedo. Hasta aquí puede parecer que el guión del propio Cámpora, pero esto recién empieza.
Como es de esperar, en cualquiera de estas películas, Olmedo se enamora de ella y trata de reprimirse. No es lógico que un macho como él se enamore de un operado, como la llama a Susana. El tema es que es tan hombre, que no se anima a fajarlo, pero debe ganar su apuesta. ¿Qué hacer? Llevarse los laureles del triunfo, dividir el premio entre los dos y no ensuciarse las manos con la víctima. Por suerte, adoctrinador, le explica a Susana que él entiende su situación porque la libertad de uno termina… Lógico, no puede ni siquiera terminar la frase. Y éste es el efecto que produce, un cobarde y mediocre hombre que se cree de valiente y audaz...
Después de una discusión con Susana, Olmedo la busca por las calles haciéndose pasar por policía, acusándola de haber atentado contra el pudor, la moralidad y las buenas costumbres. Sí, posiblemente hoy suene mejor que en esos días.
Pensando en el cuerpo y el lugar que ocupa en estas historias, es llamativo como Tristán, que es fotógrafo, le exige a una de sus modelos semi-desnudas que ponga más sexo ¿Hablaría de hormonas?
Lo cierto es que Olmedo se separa de Susana porque no soporta la discriminación de sus padres y de su familia, y termina casándose con una gorda a la que aborrece. Después del casamiento, van al teatro de revistas y uno entiende que los primeros planos de Olmedo resolvían un paupérrimo flashback.
Los caballeros de la cama redonda (Gerardo Sofovich, 1977) ya desde el título, y pasando por alto la comparación épica, nos muestra personajes masculinos que hacen juicios de valor todo el tiempo, que serán corrompidos una y otra vez. Es decir, ya sabemos que los personajes no se juzgan, y que existe cierta construcción de ellos que sostiene la historia, pero en este caso, son hombres que no sólo engañan a sus mujeres, lo que los hace en “piolas” como ellos se autodenominan, sino que se permiten utilizar expresiones como “una ronda de amantes, de a tres, es de degenerado” cuando lo que será un triunfo para ellos es poder llevarlo a cabo. ¿Qué parámetro tuvo en cuenta Sofovich para hablar de degenerado? ¿Pensó en lo degenerado de tantas otras cosas que pasaban en ese momento? Está claro que esta cuestión triunfalista del hombre mujeriego no está relacionada con los films de la dictadura, sino que es una constante en el inconsciente colectivo, pero sí es sospechoso que en esa época tan acotada temáticamente tuviera luz verde. .
Los chistes con doble sentido, matizados con trámites administrativos como te hago la boleta, haceme el giro al interior y demás, son muestras de alto vuelo dramatúrgico. .
Lo cierto es que volviendo al sexo y lo permitido casi exclusivamente y el imposible erotismo, en esta película aparecen varios tipos de mujeres: la femme fatal que acosa Tristán y que utiliza todas sus armas femeninas para seducirlo, casi con toda libertad. Y no es metáfora de polleras cortas o escotes pronunciados sino de auténticos desnudos. Sin embargo, no son lo que cualquiera podría pensar; encuadres sensuales y demás, sino todo lo contrario. Un compañero de seducción que, pasmado por semejante exhibición, no para de hacer morisquetas y gestos ¿graciosos?
Esta podría ser una explicación sobre la libertad para mostrar cuerpos desnudos. Aunque también es claro que el cuerpo femenino como objeto de deseo siempre es espiado. Si no es una cerradura, es un ropero o debajo de la cama, o es un sueño, pero siempre es escondido y con esta carga vouyerística, si se quiere, que pareciera reflejar mejor lo permitido en esa época.
Otro tipo de mujer es la esposa idiota y convencida de que su esposo es un genio, y que se conforma con cualquier mentira con tal de no pensar, siquiera, que podría estar siendo engañada. ¿Será ese el recorte de realidad que hizo Sofovich del pueblo argentino en el ’76?
Otro detalle ideológico es el personaje de Marcos Zucker, el comerciante judío exitoso, interesado obsesivamente en el dinero y que sospecha del antisemitismo de todos. ¿No es escalofriante citar un personaje de estas características con ese gobierno y encima, como chascarrillo?
Y como era de esperar, la homofobia está siempre presente. Incluso entre amigos, la mínima sospecha de homosexualidad es válida para rechazar al otro y burlarse de él. Se supone que la intención es generar la risa del espectador, que mal que nos pese, es indudablemente efectiva; no sólo por el éxito de estos films (teniendo en cuenta las pocas opciones) sino por la trascendencia que han tenido en el tiempo.
Cabe hacer una aclaración, con respecto a las virtudes artísticas del elenco. Es decir, cierto es que es criticable pertenecer a esta movida pro gobierno de facto y pro adormecimiento del pueblo, pero eso no significa que Olmedo no haya sido el precursor de un estilo humorístico que aún hoy es copiado por muchos.
Los fierecillos indomables(Enrique Carreras, 1982), ya más avanzado en la apertura temática, es otro ejemplo de lo que se podía mostrar del cuerpo y bajo qué condiciones.
La historia transcurre en una Escuela de Arte, institución privada, por supuesto, donde los alumnos quieren agasajar a un inspector que viene del extranjero con un show de canciones de Rafaela Carrá, donde sólo actúan hombres travestidos, aunque hay alumnas chicas. El director horrorizado no lo permite. ¿Cuál es el concepto de Arte de Cahen Salaberry?
La película continúa con la llegada del inspector, tras una confusión de nombres con un alumno nuevo, y procede a conocer el lugar. La clase de natación, o esa exhibición gratuita del cuerpo como lo denomina el director es uno de los sitios que visita. Finalizada ésta en un discurso muy ceremonial, el inspector comunica que habrá severidad, rigidez y castigo para aquellos que no cumplan las reglas. La juventud como sinónimo de inconsciencia es lo que los obliga a ello… Suena conocido, ¿no? Lamentablemente conocido.
Aquí también aparece la línea homofóbica, que amenaza con frases como ya me van a escuchar si son del club de las locas. Pero sobre todo se mantiene esta cuestión de la sospecha castigada por las dudas. Parece que era todo un estilo en esa época.
Faltaría decir que hay alguna relación extraña con las personas obesas, ya que no sólo Porcel sino también Nelly Beltrán aparecen con papeles importantes y pareciera ser que sus virtudes son simplemente un mérito al tamaño. Aunque no sería raro que en este contexto su defecto sea motivo de sonrisa para los demás.
Sorpresivamente, el director rígido e inflexible del instituto se llama Videla. ¿Habrá sido una concesión de amigos? En realidad la coincidencia puede ser posible, pero este personaje se transforma y se vuelve humano.
Es notable cómo para salvar al Instituto de un informe devastador del inspector, el fútbol vuelve a adquirir un papel fundamental. Un enfrentamiento deportivo será el que incline la subjetividad de una autoridad positiva o negativamente. El Mundial del ’78 funcionó, por eso el homenaje.
Otro ejemplo es Las turistas quieren guerra (Enrique Cahen Salaberry, 1977). En este film no hay nada demasiado distinto que en los anteriores, aunque su título en una fecha tan cercana a la guerra de Malvinas genera un poco de escozor. Aquí el gancho es el turismo, los dos protagonistas dejan un frigorífico para dedicarse a seducir extranjeras y hacen todo el tiempo comparaciones entre la belleza del paisaje con la de los cuerpos de las jóvenes. El cuerpo, como cosa que deber ser vista a escondidas, espiada y la confirmación de que esa es la forma de acercarse a ellos porque, no sólo es efectiva sino que no es castigada. Sólo aparece una situación distinta cuando están en un show de strip-tease bastante largo para ser un film estrenado bajo la observación de un gobierno de facto. Y para no desentonar con sus contemporáneas, hay escenas homofóbicas para todos los gustos.
Resta decir que Olmedo y Porcel son emblemas de un determinado tipo de cine. Tienen sus méritos indudables y sus defectos imborrables –o al menos, así debiera ser- en la memoria de cada distraído y que piense que por cada parte íntima que se exhibía, alguien estaba siendo privado de su libertad. Porque, que en semejante contexto social estas historias fueran la expresión artística más notable no tiene explicación alguna, más que un pueblo adormecido o engañado. O las dos cosas.
Sí, hoy a la distancia es más fácil, pero hay que estar alerta para que no se repita.
(1) Antonio Costa, “Saber ver el cine”, Ed. Paidós, pág. 31
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