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La violencia en el amor... Amores trágicos en sí mismos o en su forma de contarlos. Una temática que podría escapar a la violencia, pero los ejemplos demuestran lo contrario..

Sin detenernos demasiado en preguntas que no podemos responder como el por qué de la violencia, o por qué una sociedad la produce, reproduce y disfruta, la idea es pensar al amor como una forma más de violencia. Claro que... según el caso.

Según el Dr. Claudio Nolli (1) el amor es “tan sólo una forma que encierra por igual tanto la relación física como la psicológica. Ninguna otra forma de relación entre dos humanos puede alcanzar un grado tan supremo de intensidad y elevación. Con gran fundamento científico se ha colocado al amor entre las tres grandes actividades extrarracionales, lo que no significa que sea antirracional. Un hombre razonable puede ser un gran amador […] Por eso el auténtico amor es muy rara vez sentido, casi nunca vivido con plenitud, y siempre es irremediablemente trágico”.

Podría pensarse al cine como violento en sí mismo, ya sea por el modo de su realización en el que, como primera medida, desarma para luego construir una obra íntegra, o ya sea en su vital y permanente corrosión de géneros “puros” para afianzar un lenguaje propio, hibridando distintos materiales discursivos.

La nueva violencia en los films no es estrictamente ficticia, sino que tiene un correlato en la violencia del vivir del hombre contemporáneo; el hecho de que la pantalla muestre cada vez más violencia no es un modo de acrecentarla sino, por el contrario, una forma de proteger al espectador de su influencia. Una inmunización a través de la repetición. Nos estamos refiriendo, también, a un proceso humano que en tanto tal, remite a las múltiples dimensiones (lo psicológico, lo social, lo cultural, aquello relacionado con los valores) en que se expresa nuestra naturaleza. Vivimos “en” cultura, que de una u otra manera y desde sus más remotos orígenes, ha valorizado y legitimado la violencia como forma o medio apropiado o necesario y aceptable, para establecer, desarrollar y/o mantener la integridad de nuestros sistemas sociales.

Sentadas estas apreciaciones “teóricas”, resulta más interesante detenernos en algunos ejemplos fílmicos que sostienen esta propuesta: el amor también puede ser una forma de violencia.

Pensemos en algún film de Almodóvar: “Tacones lejanos” (1991), por ejemplo. Si bien podría decirse que la violencia en este film está marcada por el asesinato que organiza la historia, ¿por qué no pensar que la competencia entre madre e hija por el mismo hombre o, incluso, el paso del tiempo que las separa inevitablemente, como el origen de un sufrimiento inexorable, más violento que el propio asesinato?

El film cuenta una historia de amor, pero ¿entre quiénes? ¿Entre madre e hija o la hija y la madre con el mismo hombre? A nuestros efectos, la respuesta debiera ser entre madre e hija. Y, si seguimos a Nolli, en este caso la tragedia es ineludible porque no podemos hablar de amor verdadero (*) independientemente de la reacción de madre e hija frente al peligro del encarcelamiento. Lo cierto es que las dos quedan solitarias y dolidas.

Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, amor significa:
1. m. Sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido. Uniendo a esta palabra la preposición de, indicamos el objeto a que se refiere: como AMOR de Dios, de los hijos, de la gloria; o la persona que lo siente: como AMOR de padre.
2. Atracción sexual.
4. Blandura, suavidad. Los padres castigan a los hijos con AMOR.
6. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
7. ant. Voluntad, consentimiento.
8. ant. Convenio o ajuste.
9. pl. Relaciones amorosas.
10. Objeto de cariño especial para alguno.
11. Expresiones de amor, caricias, requiebros.

Si llegamos al acuerdo que la película trata sobre una historia de amor entre madre e hija que es trágica y, pensando en la definición del Diccionario que los padres castigan a sus hijos con amor, podríamos decir que una forma de amar puede ser tan violenta como el gángster más sangriento.

Otro ejemplo puede ser ”Amores perros” (2001) de González Iñárritu Spares. En este film la violencia aparece manifiesta en distintos aspectos, y sería ingenuo decir que es violenta sólo por la relación amorosa entre cuñados, ya que las peleas descarnadas entre perros hablan por sí solas; sin embargo, se puede hablar, quizás, del amor como vehículo de violencia. Más acertado sería pensar en la soledad, aunque uno es consecuencia del otro, ya que los fallidos amantes, uno por rechazo y el otro por resignación, están separados y solos.
¿Por qué no pensar que lo que mueve al protagonista a exponer a su mascota al riesgo de la muerte en peleas sangrientas, es la necesidad de conseguir dinero para realizar su proyecto amoroso? Además de enfrentarse a su hermano o casi a toda su desgarrada familia, este personaje le demuestra su amor incondicional a su cuñada con actos que son leídos por ella despojados totalmente de la violencia que conllevan indefectiblemente. Por lo tanto, podríamos decir que nuevamente estamos frente a una forma de amar violenta, trágica y, según Nolli, verdadera.
La narración se hace eco de esa violencia en el armado del discurso audiovisual: la fragmentación y diversidad de miradas es un ejemplo de ello, mas no es el tema que nos ocupa.
La historia que propone este film, podría ser vista desde un lugar que desarrolla la animalización del hombre. Perro y hombre se prestan a un extraño paralelismo. No sólo desde el título, que juega con los amores de los hombres que sufren como perros, sino también por el fuerte instinto que los personajes dejan fluir. La lucha territorial declarada constantemente, con independencia del contexto social que no es un rasgo para omitir si hablamos de la lucha por sobrevivir, en medio de historias de amor. Una sociedad que contiene el tipo de relaciones amorosas como la de la protagonista con el padre de su hijo, y con su hermano al mismo tiempo como estado normal de las cosas, no debiera reconocer algo tan poco peligroso como un amor no correspondido, pero nosotros a la distancia y con los pies fuera de la ficción, podemos reconocerlo.

Un ejemplo casi hecho a medida es ”La mujer del puerto” (1991), de Arturo Ripstein. Aquí surge nuevamente el amor entre madre e hija, pero con el agregado paralelo del amor fraternal. De más está decir que la violencia también aparece en este film explícitamente. Por un lado con el aborto practicado de forma hogareña y casi sin opción por parte de la protagonista, Perla, y por otro en la omisión de información por parte de la madre, Tomasa, acerca del lazo familiar que la unía al hombre que la deslumbró: El Marro. De hecho, podría pensarse que la resolución “amorosa” con respecto a la historia es exitosa si se piensa en los hermanos que, más allá y por encima de la genética, deciden estar juntos.
¿Destino? Es la historia que eligió volver a contar Ripstein. Una gran historia de amor, que plantea como única salida coherente la separación. Aquí es donde regresamos al punto inicial: el amor es uno de los pocos actos extrarracionales del hombre. El amor siempre pone en jaque al status quo, implica la coexistencia entre dos mundos, un universo racional y pragmático y otro que es el del amor rosado. Por otro lado, como el amor es un acto exogámico, en principio implica la unión de los mundos de los enamorados. Vale decir entonces, que el romance descripto en “La mujer del puerto” es tan simple como cualquier otro y conlleva paralelamente su complicación natural. Quizás sea esto lo violento. Que una historia de amor entre hermanos no sea más que el curso natural del amor trágico y verdadero.

”Adios, Roberto”, (1985), Enrique Dawi. Como último ejemplo de amores violentos, traemos al campo de juego una película argentina que pareciera reflejar el paradigma de una época determinada, que ojalá estuviera extinto casi treinta años después.
¿Qué más violento que un hombre que se descubre homosexual pero su culpa y sus temores son tan grandes que decide intentar recuperar su matrimonio con tal de no afrontar semejante situación? En realidad, el film no propone claramente este camino, pero deja abierto el espacio para que uno crea, incluso por el saludo final homónimo, que Roberto decide retomar su vida heterosexual.
La violencia podría verse en este caso desde este lugar: un hombre que se siente fracasado, que se acaba de divorciar, que descubre que aún tiene tiempo y espacio para el amor, pero que sorpresivamente no es con una mujer. Y pese a esto decide disfrutar la felicidad que le llega, pero no puede luchar con sus prejuicios ni recibe ayuda de ningún lado. Se deja ver claramente en los padres, los amigos, el barrio, el trabajo, el club, las prostitutas iniciadoras y todos los personajes que le reprochan su elección, los prejuicios que esa sociedad ejercía sobre su decisión. Podría decirse que el final es trágico, el protagonista no elige su verdadero amor. Y, para debatir con la definición de Nolli, no por ello es menos veraz, ni menos trágico.

Faltaría decir entonces que, si bien la violencia aparece como un rasgo casi obligado de nuestra sociedad, y por ello se puede relacionar con cualquier actividad que el hombre lleve a cabo, el amor, que pareciera a priori estar exento de violencia, no lo está. Sin embargo, cabe destacar la virtud de los directores para contar estas historias de amor, con su violencia pero a la vez con su ímpetu indescifrable a los ojos de la razón.

Será por eso que nos emocionan, nos llevan hacia lugares impensados por nosotros, porque el amor, queda claro, es extrarracional. Se podrá decir por suerte en algunos casos y tantas otras cosas en tantos otros casos.

(*) NOTA: este es el momento para hacer una aclaración. Se da por sentado que no hacen falta las aseveraciones teóricas para compartir o no la certeza de cualquiera de las relaciones amorosas que se mencionan. Pero en función de un criterio mínimo de análisis es que apelamos a dichos conceptos.

Por Lara Decuzzi (lara@solocortos.com)
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