La pasión en rojo y negro
“Como todos los mitos, Salomé permanece a través del tiempo. Es una mujer fuerte que toma decisiones bárbaras frente al amor no correspondido. Le encuentro similitudes con Carmen (1983).Pero, más allá de la historia, he hecho una película por el puro goce estético”
Carlos Saura.
Salomé es la historia de una pasión, o la conjunción de varias. Para empezar, la pasión de Carlos Saura por el baile y su imagen, en especial por el flamenco. Por reflejar su fuerza expresiva y su estética vital y arrolladora, pero sin duda también su carga dolorosa y fatal. Porque inevitablemente, la danza flamenca es, ante todo, un lamento que se hace carne.
Es pasión, también, la entrega de la bailarina y coreógrafa Aída Gómez por su arte, como lo es el amor desenfrenado e irracional de Salomé, protagonista de la historia del film, y ante todo de la tragedia bíblica.
Primero, se trata de un director, el alter ego del mismo Saura, que antes del comienzo de la historia en sí misma, nos conduce a través de un falso documental en el recorrido por los ensayos, decorados y preparativos para la filmación de una película musical sobre “Salomé”.
El mito de Salomé con su fuerza visceral resulta la excusa perfecta para la puesta en escena y el despliegue de una belleza implacable. Las formas y siluetas que se dibujan y recortan, los colores y matices, todo forma parte de una coreografía que es irrefutablemente imponente.
Pero tal vez sea la misma rigurosidad formal lo que impide un acercamiento pleno del espectador. La distancia es establecida desde un principio. Carlos Saura juega, y nos invita a espiar, como voyeurs, desde afuera, uno a uno las cuadros pictóricos que va conformando y los deja fluir envueltos del sonido flamenco y el eco de las raíces en donde se entrelazan melodías árabes y clásicas.
Que todo esté preestablecido de antemano es, sencillamente, natural pero desgraciadamente no nos es brindada la posibilidad de dejar de percibirlo. No hay tropiezos posibles en esta danza que funciona en sí misma y en cada uno de sus bailarines. Nada quiebra el rito como tampoco su fatalidad.
Probablemente, uno de los momentos más aprensibles del film es aquel en el cual el actor Paco Mora, ideal en su rol del rey Herodes, conversa con el director del film dentro del film, dándole forma y cuerpo a su personaje. Figura sin duda entre los pocos momentos en los que realmente sentimos, aún dentro de la ficción, que asistimos a una revelación de los engranajes de esta ronda a la vez sagrada y pagana.
Sin duda, así como para revivir y representar este mito resulta doblemente significativa y enriquecedora la elección de callar las palabras y dejar que sean los pasos los que golpeen y resuenen en el tablón, para este baile determinante y dolido, nada mejor que el cerco ineludible de la impotencia trágica.
|