(Bitter Moon, 1992)
“Ya no tiene más razón
explicar mi suerte perra:
meterle adentro al amor
es andar como en la guerra.” (1)
Los títulos bajan sobre el mar. Estamos en un barco. La música acompaña el romper de las olas. Una joven pareja de ingleses, Nigel (Hugh Grant) y Fiona (Kristin Scott Thomas) conversan animados por el viaje en la cubierta del trasatlántico. Ella se dirige al baño y allí encuentra a Mimi (Emmanuelle Seigner) descompuesta y, junto con su marido, la sacan para que tome aire. Éste será el primer encuentro.
Luego, Nigel se encontrará con Mimi enfundada en un sugestivo vestido negro cantando la famosa Fever. Ella termina el show que está ofreciendo y se acerca, él pregunta si lo recuerda, ella primero lo acusa de buscar tema de conquista para después seducirlo diciéndole que lo recuerda perfectamente porque tiene muy buena memoria para algunas cosas. Evidentemente, fascinado con esta criatura tan diferente a lo que suele encontrarse, Nigel entra en el juego que finalmente lo ridiculiza cuando ella lo acusa de aburrido y lo deja solo en el bar.
Poco tiempo después, Oscar (Peter Coyote), marido paralítico de Mimi le advierte sobre ella. Le pregunta sin rodeos si se acostaría con ella en un lenguaje bastante procaz que mantendrá a lo largo del erótico relato. Lo nombra su confidente para contarle su historia que tal vez como le dice ya lo concierne. El juego se pone en marcha.
Da inicio el primer flashback del film (antes de llegar al minuto 12), para mostrar el nacimiento de la historia de amor entre él y su esposa. “La eternidad comenzó para mí un día de otoño en París a bordo del bus que hace el recorrido entre Montparnasse y la Porte des Lilas”. Aquí todo es romántico e ideal, inocente y puro. También así el bello y particular rostro de Mimi, rodeado por su largo cabello y enmarcado por la vista parisina reflejada a través del vidrio trasero del bus. Una imagen en apariencia más onírica que real, que da cuenta de un enamoramiento de Oscar (y, por qué no, del mismo Polanski casado por entonces con la actriz). Sube un inspector del tren y, al ver que ella parece no tener boleto, él le da el suyo por debajo y dice no tener el suyo. Lo bajan para hacerle la multa mientras se miran, ella desde el micro y él embelesado desde la calle sin que le importe lo que ocurre.
Antes de volver al siguiente flashback, el desconcertado Nigel confiesa no entender por qué le cuenta todo eso, y Oscar lo atribuye a su deseo frustrado de ser escritor. Enseguida volvemos atrás, en una historia que necesita reconstruirse antes de llegar a su punto de explosión y caída. En este caso, la puerta de entrada del flashback son los orígenes del Oscar en París, la ciudad de sus sueños, y sus esfuerzos para llegar a ser un escritor como los que admiraba. Pero otra obsesión había irrumpido en su vida, “la hechizera de zaptillas blancas” como él mismo la define, y sus deseos de encontrarla. Recorría ritualmente una y otra vez la terminal del bus 96, en el que se encontraron aquella vez, revisando tantos los buses que llegan como los que salen con una frecuencia tal que ya los conductores lo reconocían y saludaban. Pero curiosamente Polanski decide que estos intentos sean en vano, y prefiere provocar un encuentro más “casual”, más azaroso. Cuando Oscar se encuentra en un bar en una cita con otra mujer, la moza es nada menos que la inquietante Mimi. Antes de encontrarla, ella se dibujaba en todas partes, en el monitor de su computadora, estando con otra mujer; ya no podía escribir, ni dormir. La onírica imagen del bus se imprimía una y otra vez anticipando el encuentro. Cuando están haciendo el pedido, se queda observando las mismas zapatillas de tela blanca que recuerda hasta llegar con su mirada al rostro. Apenas se sonríen, pero al instante en el que ella se aleja de la mesa, él se dirige precipitadamente hacia ella, quien lo reconoce enseguida como “el americano” y le agradece su gesto en el bus. Él, emocionado, la invita a cenar al día siguiente; ella acepta enseguida. Con un rasgo de humor dentro del emotivo reencuentro, Oscar conoce el nombre de Mimi a través de un cocinero que le pide groseramente a ésta “mueve el culo Mimi”, ante lo cual Oscar, embelesado y embobado repite: ”Mimi”, ajeno a todo el resto mientras la mira alejarse llevando el pedido.
En el primer encuentro, Oscar la espera nervioso y media hora antes de lo acordado, mientras ella está en sus clases de baile. El primer brindis es hecho por el autobús 96. Y enseguida irrumpe la química entre ellos, y mientras la voz en off del Oscar narrador recuerda haber visto en ella una apasionante mezcla de inocencia infantil y madurez sexual.
Ella es una joven bailarina que vive compartiendo su departamento con una chica de Nueva York. Algo en su mirada hacia él va plasmando por su parte una visible admiración e interés. Mimi, al salir del restaurant, juega con su pollera roja corta y sus tacos con una rayuela que hay dibujada en la calle y, cuando él le confiesa haberla buscado por todas partes, ella dice haber estado segura de que iban a encontrarse. Para demostrarlo, saca de una pequeña libreta para mostrar que había guardado el boleto. Hasta aquí se respira una atmósfera de amor de juventud, cargado de frescura y ternura. Ya ha amanecido y están sentados en un banco de plaza, el único acercamiento físico se realiza a través de las manos de Oscar que buscan calentar sus pies descalzos. Van a la casa de él, en silencio.
Él prepara el desayuno mientras ella enciende la chimenea. Con el fuego encendido como telón de fondo y de nuevo la música que da inicio al film, vemos a través de fundidos de planos detalle las manos de Oscar que recorren el cuerpo de Mimi y sus bocas que se juntan. “Nada ha superado nunca el éxtasis de aquel despertar (...) De pronto supe con una certeza súbita y arrasadora que había encontrado lo que buscaba.” Aún dentro del mismo flashback, recuerda los días de amor y pasión que vivieron encerrados durante días enteros en el departamento comiendo croissants duros. Oscar le lee lo que escribió después de conocerla, y ella jura que estaría escuchándolo toda la vida.
Rondamos la media hora de película y aún continua la atmósfera idílica. Giran en hamacas con música melódica de fondo en un parque de diversiones, ella lleva un muñeco de peluche gigante que él le regaló después de haber ganado en un juego de puntería, ríen mientras intentan tomarse las manos de una hamaca a la otra y él le grita su amor. Se besan. Se toman una foto detrás de cartones pintados con vestimentas de casamiento. Pero no es ahora cuando se unirán en matrimonio. Este momento tan perfecto y completo que parece estar retratado con un dejo de ironía sólo espera desintegrarse, caer con la fuerza con la que creció. Estamos lejos del barco del inicio del film y la pregunta por lo pronto inevitable es qué esconden Mimi y Oscar, a qué juegan, por qué él está paralítico y dice que es ella la culpable de tal estado.
Seguimos en el recuerdo y vemos imágenes de tono erótico que se suceden. Con un agregado musical que busca por momentos nuevamente un contrapunto liviano y casi humorístico. Hasta que, mientras él se afeita con una navaja, ella insiste en que la deje hacerlo; lo corta fascinada y chupa su sangre mostrándosela en sus labios. La música es densa y entendemos que este será el camino por el cual seremos conducidos.
Volvemos al barco cuando un incómodo y sonrojado Nigel escucha los detalles carnales que relata el orador. Le explica que le cuenta tantos detalles para que él entienda hasta que punto era un “esclavo en cuerpo y alma” de la mujer que ahora él (Nigel) desea.
La mujer de Nigel, Fiona, comienza a reclamarle el interés y tiempo que consume escuchando las historias de ese hombre. Oscar se ocupa de inmiscuirse en la relación de él y su esposa queriendo sacar a relucir que la relación que comparten ha perdido inevitablemente toda pasión. Hacerlos así su presa perfecta. El motor del personaje de Oscar no alcanza a ser del todo transparente; por el contrario, todo es turbio en esas aguas que recorren y el goce de parece ser hacer partícipe a la “pureza” de la pareja modelo, como buscando reflejar que la posibilidad de perdición, de pérdida, está en todos los seres humanos, aún en los menos pensados. Parece que sólo se trata de animarse a buscarla. Él y su mujer lo hicieron y ahora se refriegan, puesto que han atravesado el umbral del sufrimiento y el dolor. Secos, coquetean con el final, con el límite. Es el mismo Oscar el que le expresa al matrimonio inglés el deseo de que el barco se hunda para terminar todos en una isla desierta en la que él sería el único sobreviviente puesto que a ningún caníbal le gustaría una “piltrafa” como él.
Varios planos de transición con la imagen del agua revuelta por el barco y música sugestiva. Los recorridos que ofrece Polanski por los caminos del sadomasoquismo son particulares. Luego de mostrar el disfrute sexual que logran los dos amantes después de que ella le clavara la navaja en su rostro, nos presenta a Oscar nuevamente contando sobre su relación. Se detiene ahora a contar frente a un impresionado Nigel cómo siguieron avanzando en sus búsquedas eróticas aún cuando él creía que ya habían alcanzado el punto culminante de su relación. Relata entonces con afectación y detalla las sensaciones que había percibido cuando Mimi lo orinara. Momento en el que, en sus palabras, sintiera el orgasmo de su vida. Nigel le cuestiona de lo que habla sin poder dar crédito a lo que escuchan sus oídos y señalándole que las cosas tienen un límite. Oscar se burla de él diciéndole que debería ampliar sus horizontes sexuales y se burla de las relaciones “higiénicas y sanas” que debía tener con Fiona. Marca allí el punto de partida para una exploración sin límites.
El flashback ahora los muestra divertidos haciendo compras en un sex shop y luego haciendo uso de las novedades. Pero la voz de Oscar explica: ”siempre había sospechado que podía ser un placer supremo ser humillado por una mujer hermosa, pero sólo entonces entendí lo que eso podía acarrear”. Agrega que poco a poco iban replegándose hasta ni salir ni ver a nadie: supongo que era demasiado pedir para una pareja.
Él le dice que parecen dos peces encerrados en una pecera, que reunirán algunos amigos y saldrán. Es entonces cuando vemos ponerse en marcha la dinámica que había comenzado a plantearse pero mezclándose ahora con otros. Ella nota en una discoteca que él flirtea con otra mujer y como venganza toma a un joven vigoroso para desplegar una danza cargada de sensualidad y provocación. Todos los miran ahora a ellos. Él mira atentamente y se retira del lugar. Está molesto. Ella llega más tarde y él en un principio no le habla. Ella angustiada le pregunta por qué está enojado, que él comenzó coqueteando con su mejor amiga. Él le habla sin mirarla, está viendo una película, le dice que por casualidad no tuvo sexo con el otro hombre. Ella llora y ruega arrodillada.
Siguen explorando diferentes juegos hasta reírse ellos mismos de los intentos. Un ejemplo claro es cuando la puesta en escena incluye también sonidos de animales y él tiene puesta una cabeza de cerdo y actúa como tal. Todo se arruina porque él le da indicaciones y ella ríe y no puede proseguir porque los cerdos no hablan. Oscar agrega seriamente que él tampoco se lo cree, que “ya no se lo cree.
Por su parte Polanski cuenta que rodaban estas escenas con total naturalidad, evitando hacerlo como si se tratara de algo oscuro. Tal es así que en ese momento de rodaje Jack Nicholson fue a visitarlo y saludó a Coyote mientras lucía aún la máscara de cerdo y que éste declaró: “Bueno, probablemente ésta es mi última película”. Lo que Polanski se ve obligado a aclarar en la misma entrevista es que Oscar no es su alter-ego y que no es él sino su personaje el que posee rasgos sadomasoquistas. (2)
Siempre ubicados en el pasado, entendemos aquí que se inicia otra etapa de la relación que nos acerca a la que observamos hoy. En el barco ocurre poco y sólo percibimos que avanza por los planos del océano en movimiento como consecuencia de este trasatlántico que lo atraviesa. Oscar juega con el interés por su mujer de Nigel y lo aprovecha, explícitamente, para hacerlo parte de su juego contándole las aventuras de él y Mimi. Ésta ronda la escena como promesa y arma de seducción para que esto pueda sostenerse. Nigel niega todo pero está en evidencia y es presa fácil para el matrimonio. Su esposa está cada vez más enojada y celosa por el interés de su marido en las historias de este extraño hombre y su misteriosa mujer, y juega un rol marginado hasta hacer una aparición que funciona como una suerte de vuelta de tuerca en el final del film.
No es la primera vez que Polanski plantea un encierro alejado “del mundo”, o en un recorte de éste desarraigado de la tierra para jugar con los tejidos de vínculos amorosos. Ya su primer largometraje, El cuchillo bajo el agua (Noz w Wodzie, 1962), transcurre en un barco -se trata de este caso de un pequeño velero y no del imponente trasatlántico que presenta en esta película- en el que una pareja que sufre ya las asperezas del desgaste, levantan a un joven para compartir el viaje con ellos. Mientras iban al puerto con el auto, el muchacho se les había cruzado haciendo dedo en medio de la ruta. Desde que casi lo atropellan, la competencia de los dos hombres queda planteada; el joven no se mueve aunque el auto se acerca, el marido no frena aunque ya lo había visto. Esta tensión será conservada e incrementada de manera magistral durante todo el film en este drama psicológico en el que los hechos son mínimos y, sin embargo, la sensación de que “algo está por ocurrir” es permanente. Los encuadres, los cruces de miradas, los pequeños juegos, hacen latir a un film que atrapa.
En el caso de Perversa luna de hiel, las pretensiones y apuestas parecen mayores pero menos efectivas. La precisión de cirujano de las emociones y sentimientos humanos que se trasluce en El cuchillo bajo el agua parece corroerse aquí en un exceso que busca tal vez un rasgo desafiante pero cae en la repetición más esquemática y más cercana al hastío. Como si la decadencia no pudiera dejar de arrastrarnos tampoco a nosotros, espectadores obligados a volver una y otra vez al pasado a través de los flashbacks introducidos por la voz y el punto de vista de Oscar.
Es difícil a esta altura plantear que es lo que debería sostener nuestro interés. Las cuestiones a develar son pocas y claras, qué fue exactamente lo que le ocurrió a Oscar y, tal vez, hasta dónde llegarán Nigel y Mimi. Oscar se la ha prometido ya como premio si escucha hasta el final la historia y sabemos entonces que nosotros también lo haremos.
Los flashbacks seguirán encadenándose para reflejarnos en detalle la historia de la pareja. A saber por la parálisis de Oscar, todo puede recrudecerse. Sin duda, el sadomasoquismo es un tema complejo y excede ampliamente las intenciones de esta interpretación. Se aleja seguramente también del deseo de Roman Polanski puesto que ha elegido una historia y un relato precisos que incluye sólo a los personajes de su diégesis. Sin embargo, resulta complejo no percibir una cierta dinámica uniforme en la repetición que se inicia en esta parte del relato. Primero es Oscar el que, en su rol de sádico, hace sufrir a Mimi. Aprecia su belleza pero ya no siente deseo por ella: “Llegué a temer la hora de acostarme, sentía entonces un deseo irresistible de dormir ... sentía lástima por ella ... allí estaba con su vientre hambriento, sus órganos alborotados...”. Ella es ahora la victima que no puede escapar de la relación y de la obsesión que él le provoca. La crueldad y humillación se suceden sin piedad y parecen no tener límites. En un momento dado la sensación de alejamiento con los personajes parece inevitable, tal es la crueldad deliberada que demuestran.
La imagen de ella se deteriora por completo siendo reflejo de su destrucción interna. Sometida por completo, nada le importa con tal de estar junto a él. Él intenta dejarla pero ella lo acosa hasta lograr permanecer a su lado a cualquier precio.
La frustración es total cuando Mimi le dice que espera un hijo y él le pregunta si ve un padre en él, que va a cumplir cuarenta años y no ha publicado nunca un libro, y prosigue jurándole que no pasa un sólo día en el que no piense en el suicidio. Esta vez la idea es convencerla de que no puede tener ese hijo. Pero la idea de muerte o vida en vano no es ajena a la atmósfera que reina. Una vez que se ha hecho el aborto, promete llevársela de viaje pero en el avión logra bajarse sin que ella lo note y la deja sola.
Por supuesto, la venganza no será menos cruel. A partir de un accidente que él sufre en sus piernas, lo hace caer y transforma aquel accidente en irreversible. Se queda junto a él, ahora lisiado e impotente, para martirizarlo sin piedad ni descanso.
El casamiento tiene lugar entonces cuando saben que han tocado fondo, cuando según las palabras de Oscar, supieron que “no volveríamos a descubrir los mismos extremos de pasión y crueldad con ningún otro ser viviente. (...) Éramos como sobrevivientes de una catástrofe unidos por lazos que no podía compartir nadie más en el mundo. Es también Oscar el que para culminar su historia, define que el círculo se ha cerrado. Sólo hay calma. Y preocupación porque alguien se robe el amor de Mimi.
En la fiesta de fin de año del barco se desencadena el final inevitable. Con la ironía que ya se veía asomando a largo del film, es Fiona quien consigue vengarse de su marido atrayendo a Mimi. Y se resignifica la amenaza que ella le lanzara previamente “lo que tu hagas yo lo haría mejor”.Hay tormenta y Oscar bromea con que se trata de otro Titanic y reza. Y es Nigel el que va a buscar a su mujer al camarote luego de haber pasado la noche bebiendo. Es así cuando tiene lugar la reunión de los dos matrimonios despedazados cuando es momento de que se disparen los tiros del final. Apenas un mínimo epílogo que les pertenece ahora sí sólo a Fiona y a Nigel.
Notas
(1) Copla anónima extraída de: Luisa Valenzuela, Como en la guerra , Buenos Aires, Ed. Sudamericana, , 1977.
(2) Entrevista realizada por Stephen O'Shea en marzo de 1994 disponible en www.findarticles.com
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