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:: El bebé de Rosemary. Lo siniestro en su forma más escalofriante

(Rosemaryì´s baby, 1968)

Todo es ideal para Rosemary (Mia Farrow) y su marido Guy, el reconocido director de cine independiente John Cassavetes. Pero Guy ha contraído un pacto con una secta satánica cuyos miembros viven en el mismo edificio (el Dakota, donde fuera asesinado John Lennon) que son -en apariencia- unos viejitos un poco ridículos pero adorables. El pacto consiste nada menos en que el hijo que tendrá Rosemary será el hijo del diablo a cambio de que, a través de su poder diabólico, le conseguirán a Guy trabajos como actor.
Rosemary ira percibiendo esto de manera progresiva y terrorífica. Junto con ella y absolutamente identificado, el espectador atravesará el paulatino descubrimiento. En esta obra maestra del terror, Polanski juega con los elementos que mejor conoce, transforma lo familiar y conocido en la peor de las pesadillas, por medio de una tensión sin quiebres que va logrando la angustia creciente y sin límites; el encierro, un espacio aislado y una realidad absolutamente trastocada.
Rosemary va siendo separada del mundo y sometida a costumbres y leyes desquiciadas. Sin salida, el encierro de Rosemary está centrado en su cuerpo, del que no puede escapar, y en su deseo de maternidad. Es dentro de sus entrañas que se gesta el peligro más visceral y es esto lo que compone una realidad lacerante y desgarradora. La posibilidad de traer alguien al mundo es lo que se transforma en su dependencia fatal. Lo más hermoso y lo más terrible se unen magistralmente y nos obligan a someternos, también a nosotros, al espanto más orgánicamente creado.
Son innumerables las anécdotas que se unen con este film. Tal vez las más destacadas sean las que relacionan con la masacre en clave de venganza por parte de la secta de Charles Manson de Sharon Tate (esposa del director y embarazada de ocho meses) y de un grupo de amigos de éste en su casa californiana.
En el film, nada es aquí lo que parece y todo aparenta formar parte de un mundo carnavalesco y nauseabundo. La historia del cine, y del cine de terror, no volverá a ser la misma. Tal vez una de las cuestiones más difíciles de narrar como el “más allá”, o la idea de Satán, son volcadas aquí en dosis exactas en una cotidianeidad que debería ser sino perfecta, muy cercana a ello.
Con la precisión de un científico, los gestos, los más mínimos ingredientes de este universo cerrado y sin escape se condensan a la perfección. El miedo muta en todas sus variantes desestabilizadoras y a la vez se transforma en un material hipnótico. Una y otra vez, El bebé de Rosemary nos trastoca el fluido sanguíneo sin permitirnos escapar. Nos encontramos, nos reflejamos y nos hundimos sin poder resistirnos. Nada es grandilocuente ni está impuesto arbitrariamente, ninguna vía de escape entonces. Nuestra repulsión crece como crece el feto de la protagonista, mientras la devora (adelgaza en lugar de engordar con el embarazo) y estamos tan presos y frágiles como ella en la fatalidad.
Basado en la novela homónima de Ira Levin, Polanski encuentra en la angelical y aniñada Mia Farrow la figura ideal para poner en escena la lucha del bien y del mal, de lo puro y lo impuro. Como con las pastillas y brebajes, la belleza ideal del cuadro que se pinta desde un principio va intoxicándose, dándole fuerzas al monstruo para crecer. Constantemente, todo parece ser fruto de una mente alterada, visiones, sospechas, pesadillas, como si fueran alteraciones de una psiquis afectada por la locura. Y es éste otro ingrediente magistral, el miedo a la paranoia que poseemos irremediablemente, hace que tengamos miedo del miedo mismo. Y como en la protagonista, se va dilatando la posibilidad de creer lo que pasa, y esto suma una cuota de suspense fundamental. La falta de interés del marido, los extraños amigos que suma y que molestan a la esposa, los deseos de ser madre por parte de ella, todo es tan primariamente identificable que parecería difícil a simple vista el agregado de elementos paranormales. Este film es justamente perfecto por esta razón, no existen efectos impuestos por sorpresa que busquen el terror; por el contrario, lo demoníaco es arrancado de nosotros mismos y llevado a su máxima expresión.
Polanski conoce bien ese juego y lo compone entonces a su medida. Es el mismo el que cuenta que su espíritu racionalista le impedía pensar, como está planteado en el libro, en el Diablo propiamente dicho, tanto como en un Dios. Es por esto que prefiere manejarse con sus códigos y sus herramientas y sembrar la inquietud permanente de que pueda tratarse de la imaginación de la protagonista. (1) Es por esto que en todo el film es la mirada de Rosemary la que nos conduce, planteando así la posibilidad de “creer” o no lo que pasa. De una forma u de otra, todo nos moviliza y no tenemos posibilidad de quedarnos afuera del juego. El que sea que podamos establecer.
De todas formas no hay salida, como no hay salida para Rosemary, puesto que no puede escapar de su cuerpo, ni de su maternidad, ya que -sea lo que sea- es su hijo. Como le dice una de las señoras miembros de la secta cuando otra quiere corregir a la madre que irrumpe en la habitación al escuchar el llanto de su hijo, aunque le hayan dicho que ha muerto. “Laura Luisa, déjala que ella lo haga. Es su madre”. Y contra esto no hay nada que pueda librarla. De los más genuino e impoluto nace la dependencia y el dolor. ¿Qué puede existir más intachable e incondicional que el dolor de una madre? ¿Qué más terrible y atemorizante que el hijo del demonio? La unión de los dos, y tal vez la inmejorable comunión que este film logra entre ambos es la razón por la cual logra conmovernos de la forma en que lo hace.

Notas
(1)POLANSKI, R., Roman par Polanski, Ed. Livre de Poche, 1985. Traducción propia.

Por Natalia Weiss (editorial@solocortos.com)
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