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:: Las mejores intenciones

Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios. (1)

Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios. (1)
Ingmar Bergman nace en el mes de julio de 1918 en Upsala, Suecia. Las mejores intenciones (Den Goda viajan, 1992) finaliza con su madre, Anna Åkerblom (Pernilla August), que ya es madre de su hermano mayor Dag, viviendo los últimos tiempos de la gestación del cineasta. Y Bergman elige para comenzar su historia “un día de invierno primaveral a principios de abril de 1909”. La historia transcurre de hecho a partir del encuentro de su madre con Henrik Bergman (Samuel Fröler), del inicio de un romance contrariado, conformado por las peleas y reconciliaciones, el casamiento, la vida en común, el primer hijo, la separación, el segundo embarazo, la reconciliación.
Resulta interesante destacar y, a la vez no justificar en forma arbitraria, algunas transmutaciones de nombres propios que hace Bergman entre miembros de su familia, entre su madre y abuela (Karin-Anna), y padre y abuelo (Erik–Henrik). La distancia que parece establecerse es aquella de la realidad y la ficción, en esta reconstrucción que decide hacer el cineasta. A través de las imágenes, de las fotografías, va tejiendo los hilos del drama. “Me meto en las imágenes y toco a las personas, a las que recuerdo y a aquellas de las que no sé nada”(2). Ese es el juego, lo familiar y la imaginación toman una dimensión pareja e indisociable. El juego es deliberado y librado como tal. La realidad se construye a medida que la historia avanza. Y esta historia que Bergman recorre, que es la suya propia, está basada en una necesidad de comprender, simplemente, sin culpas y sin juicios. En esto parecería estar basada la conciliación, o reconciliación, que da título a esta historia.
En un primer momento, Henrik es buscado por su padre para pedirle que vaya a despedir a su abuela que se encuentra en el hospital puesto que ésta lo esbozó como último deseo. Pero la personalidad intransigente del padre del director queda expuesta de inmediato. El abuelo le ofrece cancelarle la deuda que tiene con sus tías por los prestamos que le han dado para sus estudios, pero Henrik no escucha razones ni motivos. La piedad, el amor a los que hace referencia el abuelo, no logran conmover su intransigencia. El desprecio tiene su origen en el recuerdo de la indiferencia de sus abuelos que dejó a él y a su madre en la miseria. Hecha la presentación del padre, llegan los títulos del film.
Ahora se la muestra a Anna, que entra a la oficina de su padre Johan (Max Von Sydow), el contacto entre ambos es extremadamente afectuoso. Hay mucho movimiento en la lujosa casa, el hermano de Anna, Ernst, espera a un amigo. Y escueta pero contundente, la descripción de Anna frente a su padre define a Henrik como a un estudiante de teología, terriblemente pobre pero apuesto. El padre percibe rápidamente el interés de Anna por el invitado que demora su llegada. Cuando llega, tarde, es ella quien abre la puerta y bromea con él. Henrik está avergonzado y no se atreve a entrar, pero Anna lo toma del brazo, le pide que lo haga por ella y lo conduce para presentarlo. Ernst le advierte sobre su hermana. Y todos se sientan en la mesa. Los principales rasgos de los protagonistas están entonces planteados, Henrik es pobre, quiere ser sacerdote, y puede ser tan tímido y amable como duro e inamovible. Anna es una joven mimada, dulce y caprichosa, sumamente dominante. Además su familia tiene mucho dinero. La descripción que hace Bergman en el libro logra ser reflejada en el film, Henrik se siente incómodo e inseguro en esa lujosa mesa: “Se alzan muros, se abren abismos”(3).
Sin embargo, las miradas se cruzan y el interés es mutuo. Anna toca el piano y Henrik está bajo el halo de la seducción. Anna lo sabe y responde a su mirada y se sonríe. Pero la madre de Anna, Karin, lo percibe y no se muestra complaciente, más bien todo lo contrario. El conflicto queda entonces planteado. Y el acercamiento se concreta en la despedida, cuando Anna lo materializa en una tardía presentación:Me llamo Anna, ¿tú, Henrik, no?.
Y en la siguiente escena se refleja lo que será el material que permitirá el desarrollo de dicho conflicto. Henrik está comprometido con otra mujer, Frida, con la que convive. Hacen el amor, pero Henrik le advierte que se ausentará unos días para visitar a su madre. Ella le pide conocerla, pero él la calla con un beso. En cuanto a Anna, tiene una conversación en la que juega con Ernst sobre el sujeto de su amor, pero el nombre no es pronunciado.
El próximo encuentro es en una casa de la familia Åkerblom en Upsala. No es una casa de residencia permanente y por esto los muebles están cubiertos de sábanas blancas que les da un aspecto de fantasmas corporizados. Están solos Anna, Henrik y Ernst. La conversación entre los tres es agradable. Henrik le pregunta a Anna sobre sus estudios de enfermera, ella por su parte le muestra fotos familiares. Están muy cerca uno del otro. El hermano de Anna lo declara: Se los ve bien juntos. Los tres pasean, Anna se muestra cariñosa y los tiene a ambos tomados de sus brazos. Es de noche, hay tormenta. Henrik está acostado en la cama, despierto. Anna surge como otro fantasma de la casa. La situación es clara, Anna plantea organizadamente dos posibilidades, pedirle que se vaya, o que vaya a sus brazos. Hay una decisión que tomar. Va a ingresar o no Henrik a ese mundo en apariencia inaccesible para él. Otra vez es Anna quien dirige, le pide que diga algo. Manifiesta lo que significa para él haber vivido lo que está viviendo en este día, y su miedo de que todo se evapore. Ella vuelve a tomar las riendas y propone posponer la decisión unas horas y se retira de la habitación. Al otro día, Ernst sale y ellos juegan un sugerente partido de ajedrez que parece medir sus fuerzas. Confiesan sus debilidades, la joven Åkerblom se define como obstinada, egoísta, impaciente, de enojo fácil y vanidosa. El joven Bergman por su parte se expone como confuso, víctima de emociones que lo confunden y que lo hacen sentir culpable. Ella propone que se besen para volver a ser felices. Él intenta frenarla. Anna, de pie mientras que Henrik sigue sentado, lo besa y lo abraza amorosamente. “Se abraza a su cintura y la oprime contra él, la frente apoyada en su pecho, ella no suelta su cabeza, se tambalean, enlazados”.(4) Es directa: Supongo que ahora estamos comprometidos. También él es directo: no. Ella está sorprendida, él dice que debe irse, que no volverán a verse. Anna rápidamente lo inquiere preguntando si hay otra. Henrik guarda silencio. Ella se aleja de él pero le dice que no tiene nada por que reprocharse, que todo fue muy irreal. Él le manifiesta su deseo de vivir con ella, pero que era un deseo que ignoraba el día anterior. Anna, rápidamente, interpreta a su gusto y le pregunta si quiere abandonar a esa otra mujer. Él le habla de Frida, de su relación con ella, le cuenta que es una camarera. Ella se muestra sumamente desdeñosa por el empleo de Frida. Esto enfurece a Henrik, le dice que ha olvidado su peor defecto, que es snob, y que él no debió participar en su juego. Agrega que volverá ahora mismo con su otra mujer y le pedirá perdón. Anna: Tengo frío. La distancia se yergue entre ellos, impenetrable. Ernst llega y bromea con el hecho de encontrarlos ya discutiendo. Henrik se va sin pronunciar palabra. Ernst no duda de la responsabilidad de su hermana en la pelea y le pregunta qué ha hecho, sabe que ella es en algún punto más fuerte, más decidida que su amigo. Ella lo abraza emocionada y le confirma su amor por Henrik, y su seguridad de que él también la ama.
De vuelta con Frida, Henrik está muy perturbado, ella lo nota y le pregunta si existe algo que quiera decirle. Henrik da una respuesta lacónica: Soy infeliz, supongo. En el libro en el que este film se basa, este es el final de la primera parte.

Se multiplican los ecos por el encuentro en Upsala. Karin interroga a Anna dado que le ha llegado el cuento de que un hombre estuvo allí con ella, en el cuarto, por la noche. Su hija se muestra segura y desafiante. Ernst trata de echarse la culpa. Todos saben de quién hablan. Anna se refiere a un supuesto compromiso que contrajeron y se explica a su madre sin dar vueltas: Mamá, lo amo y voy a casarme con él realmente. El interés de Karin es preciso, quiere saber si durmieron juntos. Anna retruca que lo habría hecho si él se lo hubiera pedido. Karin cuida las formas, teme un embarazo. Anna da la estocada final de su rebelión, amenaza con seducirlo y tener un hijo con él para que deban casarse. Y la amenaza de Karin tampoco se hace esperar: Subestimas mi determinación. Veremos más tarde que no es una amenaza lanzada en vano.
Es la visita de Henrik a la casa de los Åkerblom. El primer paso es una conversación con el padre de Anna. La charla es teológica y seca. Johan lo interpela sobre su convicción religiosa. El prometido se refiere a una convicción basada en la creencia en Dios, y en que Jesucristo es su hijo. Habla de una fe infantil. Las preguntas sobre el tema se continúan y las respuestas de Henrik son siempre breves. Luego se llega al punto, el padre quiere saber cuándo estará calificado para ser sacerdote, y agrega que no será mucho dinero para mantener a una familia. El futuro yerno se refiere a la importancia del papel de la mujer de un sacerdote en la Iglesia. Johan Åkerblom pita profundamente su pipa y aleja su mirada como si intentara imaginarse a su hija en un tal destino y, acusando cansancio, da por terminada la conversación. Le explica a Henrik que para un hombre enfermo estas cuestiones sobre la muerte y lo inevitable pueden ser muy perturbadoras. Henrik parece ya formar parte, o por lo menos en la fotografía que se toma, de la familia. En un paseo que hacen juntos los novios terminan de acercarse, luego de escudriñarse gravemente hacen el amor en una cabaña junto al lago. Luego ella organiza las estrategias, le pide que sean cuidadosos. Todo parece ser maravilloso e inmejorable. Pero poco después Henrik y Karin se quedan solos en la casa. La tensión en el ambiente es notoria. Karin le pide que la ayude sosteniéndole el ovillo de lana. Están enfrentados. Se mueven como esgrimistas. Henrik es directo, dice haberse sentido tenso, que está siendo evaluado y no es aprobado. Y que no es tolerado por la madre de Anna. Karin es severa, y expone su antipatía hacia él basándola en la certeza de una catástrofe futura asegurada de continuar la relación. Trata de hacerle entender que es no es el hombre que Anna necesita. Define a Henrik como a un hombre con con profundas heridas tempranas que no pueden ya sanar ni controlarse.
Cuando Henrik intenta dar por terminada la conversación, la madre de Anna da la estocada final. Amenaza con decirle a Anna que él todavía no ha roto su compromiso con Frida con la cual aún vive. Lo sabe por averiguaciones familiares, ya una semana antes de que él llegara a la casa. No se lo dirá a Anna si él se marcha de inmediato. “Durante los últimos minutos han cimentado una enemistad implacable que durará toda la vida”(5). Cuando percibe la partida de su amado, Anna está fuera de sí, va directamente a acusar a su madre por su partida. Por haberlo obligado. Frente a la presión frontal de su hija, Karin rompe su parte del pacto y le informa a su hija que su supuesto prometido aún vive con Frida. Anna está devastada. Niega con la cabeza sin poder creerlo. Asegura que no perdonará nunca esto. Su madre la apura, ¿a quién no perdonará? Anna no sabe contestar. Así comenzará una primera y larga separación de los enamorados.
Henrik intenta buscarla pero Anna se niega. Él intenta apiadarla: No puedo vivir más, le dice cuando la espera en la puerta de su casa. Ella lo acusa de falso y repugnante. Hasta la mujer de Henrik acude a ella y se juntan en un bar. Esta escena está colmada de feminidad y de dignidad. La mujer que vive con él le pide a la otra de la cual él está enamorado que le abra sus brazos. Ella sabe que debe irse, que no es justo para ninguno de los dos. Anna parece sorprendida frente a esta mujer dolida pero entera que por amor intenta hacer lo último que puede por él. El hombre que aman, el mismo, en lugar de alejarlas, las acerca. Como si pudieran ser la misma mujer, en circunstancias o momentos diferentes. Somos tres pobres desgraciados sufriendo en secreto, le dice Frida a una Anna que ya está enferma y tose. Afuera la nieve y el frío azotan.
Anna hace su valija para volver a sus cursos de enfermería. Intenta escribirle una carta a Henrik pero Karin interrumpe. Su hija está extremadamente frágil, enferma, llora. Intenta seguir la carta. La rompe. Entra su padre a la habitación. Le pide que la cuide, que ella no puede hacer nada, que no sabe qué hacer. Es una nena desprotegida. Karin manda a su hija a descansar a la cama.
El hermano Oscar es enviado para informarle a Henrik Bergman sobre la enfermedad de Anna. Tiene tuberculosis. Le exige, supuestamente de parte de Anna, que deje de buscarla de cualquier forma.
Transcurren dos años, estamos “digamos abril de 1911”(6). Anna está internada en el hospital, Henrik es ordenado sacerdote en la Iglesia.
Karin y Johan conversan y ella explica su voluntad de llevarse a su hija a un viaje por Italia cuando salga del hospital. Johan le pregunta si está segura de que Anna quiere esperar tanto tiempo. Y le enseña una carta de la hija de ambos que llegó para Ernst pero que, al no estar bien sellada, deja ver que hay otra carta dentro del sobre para ser enviada a Henrik Bergman. Karin quiere abrir la carta, Johan se niega. Karin lee en voz alta el recuerdo de la noche que pasaron juntos, se atraganta y no le salen las palabras. Johan la culpa. Ella sigue leyendo a mayor velocidad. Ahora sabemos demasiado. Johan permanece angustiado.
Anna y Karin pasean por Italia. Anna le pide volver a casa. Karin no la toma en cuenta. Llega un telegrama al hotel donde se hospedan. El padre de Anna ha muerto. La madre siente culpa por haberlo dejado: Estaba solo, Anna, y era de noche. Su hija intenta calmarla pero la culpa de Karin abarca más que al hecho de no haber estado con él en sus últimos minutos. Le confiesa a Anna que es ella quien tomó la carta que nunca le llegó a Bergman, si bien su marido había intentado impedírselo. Karin sabe que Anna no va a perdonarla nunca. Y su hija lo reafirma: No lo creo. Lo único que Karin le pide (en otro de sus pactos) es que no le diga a Henrik que ella fue quien guardó la carta, que ellos se casarán y el odio de su yerno para con ella será enorme. El casamiento es entonces ya un hecho, sólo falta el reencuentro.
Anna va a buscar a Henrik a la modesta y despojada pensión en la que vive. Está vestida de luto. El reencuentro está cargado de calidez. Henrik sabe de la muerte de su padre. Ernst espera abajo y los saluda. Sólo queda hacer planes. Intentan organizarse, pensar en cómo será la vida en la parroquia, cómo vivirán con un sueldo tan bajo. Vida en común. Casamiento.

En la tercera parte del libro, tiene lugar la presentación de la madre de Henrik, Alma. Van a su casa. Alma intenta ser amable con la prometida de su hijo, cumple con las actividades propias de la situación, le muestra fotos de Henrik cuando era pequeño, hace comentarios, le habla de la vida dura que han debido atravesar juntos, madre e hijo. Se emociona, su hijo le pide que se detenga, que todos deben estar felices esa noche. Alma sufre con esta separación a la que la somete la vida. Anna la consuela diciéndole que podrá visitarlos en la casa parroquial, pero Alma le pide que no la trate de estúpida, que sabe que ellos deben vivir su vida y ella terminar la suya. Ambas tocan el piano a cuatro manos, queda claro que Alma está mejor y parece disfrutarlo. Llega un pariente a la casa, el tío Freddy, que luego de preguntarles por sus planes trae a colación y discurre sobre la abuela que Henrik se negó a despedir en el hospital. Y cuando le pregunta si la vio antes de morir, la respuesta es tajante, estaba estudiando para mis exámenes. Pero Freddy insiste con el tema, le pregunta si se encontró con el abuelo, y agrega no haberlo visto en el funeral. Pero Henrik continúa imperturbable: no asistí al funeral de mi abuela. Para Anna todo es un descubrimiento. Cuando se retiran a las habitaciones, Anna se dirige a la cama de Henrik de cuando era pequeño, él viene a la habitación a despedirse y se acuesta un rato con ella, parecen niños jugando, disfrutando del miedo de ser escuchados. Pero en la habitación, Alma reza, pide perdón por no poder amar a Anna, y ruega que sean alejados.
Falta poco tiempo para el casamiento, y Anna y Henrik se dirigen a Forsboda a la parroquia en la que él oficiará. El ambiente está revuelto en la ciudad, hay una huelga general. Todo esto es planteado en una cena con el reverendo, su mujer y otra gente de la ciudad y se plantea una discusión política sobre el tema. La mujer de Nordenson, hombre influyente del pueblo y futuro enemigo personal de Henrik le pide que confirme en secreto a sus hijas, ya que su marido se opone. Luego les muestran la casa destruida en la que vivirán. Anna muestra aún su fuerte personalidad exigiendo su estudio propio frente a la sorpresa del resto. Visitan solos la parroquia. Y tiene lugar una violenta discusión que casi logrará separarlos. Cuando Ingmar Bergman narra esta pelea, especula sobre los motivos y la naturaleza del conflicto. Aclara no saber casi nada en realidad sobre lo ocurrido, pero recuerda unas palabras de su madre sobre el hecho: “Era la primera vez que estábamos en la capilla y de repente nos enfadamos. Creo recordar que rompimos nuestro amor y nuestro compromiso. Yo creo que tardamos mucho en perdonarnos. Y no estoy segura de que nos hayamos perdonado nunca del todo”(7). El cineasta caracteriza a sus padres de esta forma, habla de una gran rapidez por parte de su madre tanto para enojarse como para reconciliarse, y dice que le costaba “sujetar en el corsé de la indulgencia cristiana”(8). Y a su padre lo define como a un hombre que se demoraba hasta manifestar su ira pero que una vez que alcanzaba ese punto, su brutalidad podía ser terrible. Y de una absoluta incapacidad de perdón. Con una menor piedad y comprensión que la demostrada en este libro, en un libro anterior, La linterna mágica, el autor expone en detalle el sistema de castigo empleado por su padre en su infancia.
De vuelta en la discusión de sus padres, Bergman elige centrar el tema en la voluntad de Henrik de casarse en esa parroquia, frente a lo cual Anna se niega por completo alegando que todo se encuentra ya decidido y que tendrá lugar la gran boda que fue planeada. Por supuesto, el tono va subiendo y las recriminaciones son crueles e inolvidables para cada uno de los protagonistas de dicha pelea. Pero es Anna quien, al final, intenta recomponer la situación, imponiéndole: Debes perdonarme. Pero Henrik, como es lógico por la descripción presentada anteriormente, sigue colmado de odio y resentimiento hacia ella. Y es en boca de Henrik que oímos: ¿Cómo podremos seguir viviendo tras esto?. Pero deciden hacerlo y la historia conjunta continúa.
Tiene lugar la gran boda. Tal como Anna la deseaba. Pero en lugar de irse a la luna de miel ofrecida por Karin, se irán directamente a la parroquia. Esto le es concedido al flamante esposo. Anna le pide a su madre que intente apreciar a su marido aunque sea un poco.
La vida en Forsboda se acomoda poco a poco. Anna queda embarazada y da a luz a su primer hijo, Dag. Pero le cuesta adaptarse a la vida que llevan. Henrik es sometido a las presiones políticas del lugar. La vida allí se plantea pues ríspida.
Cuando Ernst los visita, Anna se encuentra ya visiblemente angustiada. Se aferra a su hermano y Henrik lo nota y se siente dejado afuera. Reacciona celoso y violento.
Comienza la última parte del libro junto con la primavera. Un niño extraño, Petrus, es cobijado por ellos. Anna intenta amarlo cristianamente pero no acaba de lograrlo. El joven pastor recibe un tentador ofrecimiento para dejar Forsboda y aplicar para sacerdote de la clínica Sophia que es de la casa real. Anna se entusiasma de inmediato pero Henrik se muestra más reticente. Discuten sobre el tema. Por supuesto Anna consigue que se dirijan al palacio a hablar con su Majestad en Estocolmo. A Bergman le cuesta el encuentro, manifiesta frente a la reina su dificultad de dejar el lugar y la gente que él siente que lo necesita. Y, de hecho, a la salida del palacio, Henrik le manifiesta a su esposa su rotunda negativa a ser un sacerdote de corte, de necios y frívolos. Y le asegura haberse sentido: ciego y engreído hablando de Dios en la reunión con la reina. Su esposa le plantea que se siente excluida de la decisión, que habla sólo por él y para él. Pero es ella quien en este punto debe ceder y acompañar la vocación de su devoto esposo.
En la parroquia de Forsboda, irrumpe Nordelson y tiene lugar el enfrentamiento. Quiere llevarse a sus hijas y se insulta con el pastor Bergman. Será el inicio de una venganza directa hacia el pastor y su función social. Se ha corrido además la noticia de que el pastor quiere irse a ser predicador de la corte y la gente se siente traicionada. Para Henrik es ahora aún más importante no abandonar a esta gente. Es decir se sumarán las complicaciones en la vida de la pareja.
Anna está cada vez más agotada y desgastada. Petrus percibe el malestar y se siente abandonado y sumamente celoso de Dag. Posesionado por su odio, Petrus toma al hijo del matrimonio en sus brazos y corre para lanzarlo al río. Anna ve la escena por la ventana y corre despavorida para detenerlo. Henrik la sigue y es quien alcanza a Petrus. Rescata a su pequeño hijo al cual Anna llena de besos, y comienza a golpear a Petrus con tal violencia, que da toda la impresión de que terminará matándolo. Anna observa el brutal cuadro gozosa y se aleja con su hijo en brazos. Petrus es devuelto a los padres sustitutos con quienes no deseaba vivir. Pero Anna ha alcanzado su límite. Decide partir con su hijo a casa de su madre. Pasa allí la Navidad con su familia. No quiere volver a Forsboda. Henrik está cada vez más dejado y encerrado. Sólo cumple con sus obligaciones religiosas. Y manifiesta que la soledad es su estado natural, en búsqueda de la extrema dureza, de la privación. Su rival Nordelson se ha suicidado. Anna está esperando su segundo hijo, Ingmar Bergman.

Cuando explica cómo confeccionó esta historia de amor de la que es fruto, en el libro que da título a este film de Bille August, el cineasta expresa lo siguiente: “Esto no es tampoco una crónica sujeta a estrictas exigencias de dar cuenta de la realidad, esto no es ni siquiera un documento. En la infancia había en las revistas una especie de imágenes que consistían únicamente en cifras y puntos. Uno tenía que trazar líneas entre los puntos con un lápiz. Poco a poco aparecía un elefante, o una bruja, o un palacio. Yo dispongo de noticias fragmentarias, narraciones cortas, episodios aislados, ésos son los puntos numerados. Trazo mis líneas con la, tal vez, vana esperanza que surja un rostro. ¿Tal vez lo que diviso es una verdad sobre mi propia vida?”(9).
El espectador, por su parte, lejano a una búsqueda de veracidad, se siente inevitablemente envuelto poco a poco por la cálida red que va materializando una mirada sumamente aguda y cercana, volcada a ahondar en la compleja y sutil historia de las relaciones humanas.

Notas
(1) Ingmar Bergman, La linterna mágica,Barcelona: Fábula Tusquets Editores,1987, pág.16.
(2) Ingmar Bergman, Las Mejores Intenciones, Barcelona:Tusquets Editores, 1991, pág. 9.
(3) Ibídem, pág. 36.
(4) Ibídem, pág. 78.
(5) Ibídem, pág. 111.
(6) Ibídem, pág. 126.
(7) Ibídem, pág. 204.
(8) Ibídem, pág. 204.
(9) Ibídem, pág. 126.


Por Natalia Weiss (editorial@solocortos.com)
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