”Horacio Pizarro estaba inmunizado en contra del escepticismo de Maldonado. Ningún razonamiento, por lógico que fuera, podía convencerlo de que el amor no existe, toda vez que él mismo estaba enamorado.” (*)
Ven a verme esta noche. Yo te estaré esperando para ofrecerte mi vida a cambio de tu perdón... Estas son las palabras finales que Mirtha le dirige a Horacio. Para entonces, Mirtha había dejado atrás la imagen de provinciana que llega a la ciudad enamorada de un joven novelista; para entonces, ya se había convertido en una suerte de pulpo que con sus tentáculos había arruinado la vida del de por sí frágil –física y afectivamente- Horacio.
Christensen aborda en este melodrama un amor enfermizo, tortuoso y lacerante en el que una mujer de apariencia angelical desafía el rol de la heroína sufriente. Mirtha está en la vereda opuesta a la dama pudorosa y virginal que padece una pasión doliente con resignación y pasividad. Aquí es ella quien lleva adelante la acción, pero una acción que tiene como blanco al candoroso Horario, que ama incondicionalmente hasta el instante de su muerte.
Olga Zubarry es, al principio, una joven virginal de provincia que, abrumada y tratando de adaptarse a la ciudad, encuentra su a guía y compañero en Horacio. Lo seduce, lo enamora, lo ama, lo traiciona... como si fuese esta una secuencia natural para el amor. La transformación de Mirtha es radical pero sutil; un arrebato, el uso del vocabulario inadecuado, un gesto fuera de lugar la delatan. Horario (Roberto Escalada) decide seguirla porque si ella no volviese a llamarlo, él no sabría dónde ubicarla. Descubre, entonces, que no vive con la familia de su prima, que no está constantemente controlada por unos familiares que cuidan su virtud, sino que trabaja en una peletería donde también se hospeda con otras mujeres tanto o menos candorosas que ella.
La configuración de lo femenino es intrigante, sólida y cambiante. Cuando Maldonado trata a Horacio sencillamente de idiota –aún más contundentemente en la novela- por haberse enamorado, el espectador no dudaría en tildarlo de escéptico y resentido, hasta de envidioso por no compartir algo de la felicidad de su amigo que, finalmente, pondría un rostro a las cartas recibidas de su admiradora. Luego, las mujeres inocentes se transforman en trabajadoras, de esas que ocultan que tienen que trabajar y aparentan ser de buena familia para causar buena impresión. Mirtha finge que oculta el hecho de que trabaja para no desilusionar a Horacio, para que no piense que es una “chica de su casa”. Poco a poco, para el director, para Horacio y para los espectadores Mirtha se va convirtiendo en un monstruo que no vive sino para sacarle dinero, para burlarse de su amor y su confianza, hasta llegar final y esperadamente a traicionarlo.
Como si fuera poco, la salud de Horacio se debilita cada vez más. El mal de amor del que Mirtha es culpable se le hace físico y la pleuresía, la fiebre y el delirio lo hacen abandonar prácticamente todo, hasta sus ganas de vivir. Tres semanas de su vida se le vuelan, así descubre que Maldonado lo ha rescatado.
El manuscrito de “Los pulpos” –que Horacio escribía inspirado en sus propias experiencias y desdichas- es encontrado por Maldonado y tanto él como algunos otros que confían en el éxito. La obra conmueve a todos pero es el tiro de gracia para Horacio. Ya recuperado de la enfermedad, todavía padece a Mirtha en su corazón. Ella lo había engañado algunas veces, y Horacio volvía a caer, enredado en sus tentáculos, de los que un hombre enamorado sólo puede librarse con la muerte. La obra también parece conmover a Mirtha que le ofrece su vida a cambio de su perdón para sólo precipitar su muerte.
El film está precedido de un cartel que informa que los escenarios reales fueron utilizados para dar más realismo a la historia. De hecho, podría decirse que, indudablemente, la ciudad –sobre todo de noche- es una protagonista más de la historia. A través de algunos sumarios, el espectador recorre tanto la historia de amor de Mirtha y Horacio como su decadencia; tanto la desilusión del hombre loco de amor, como su último intento de perdonarla. (1)
La utilización de la música en este melodrama –más allá de un expresivo uso del sonido para profundizar la emotividad de muchas de las escenas- está fundamentalmente caracterizada por dos temas: el tango “Uno” de Mariano Mores con letra de Enrique Santos Discépolo, y el bolero “La última noche” de Bobby Collazo con letra de Orlando Fierro. Los dos temas musicales están utilizados tanto para momentos de felicidad de la pareja de Mirtha y Horacio, como para aquellos momentos donde Horacio ve a Mirtha con su nuevo novio descendiendo a un infierno del que nunca saldría. De alguna manera, los dos temas principales del film representan la circularidad de la pareja, pero no como algo que vuelve a empezar después de haber terminado, sino que es un siempre terminar, una continua agonía, un inmenso fin pero que no termina nunca.
La ultima noche que pasé contigo,
Quisiera olvidarla pero no he podido
La ultima noche que pasé contigo
Tengo que olvidarla de mi ayer.
Cuando la pareja está en su mejor momento, escucha este tema que preanuncia de algún modo lo que pasaría después. Y después, cuando la desilusión de Horacio es tan profunda como su soledad, el mismo tema lo lleva al pasado para recordar bellos momentos y ahondar su padecimiento.
Horacio está dispuesto a perdonarla siempre, para siempre ser desilusionado como si fuera el sino fatal que debe resignarse a padecer. Mirtha, por su parte, está todo el tiempo, en apariencia, a punto de amarlo verdaderamente para volver a traicionarlo cada vez. Al final, cuando su arrepentimiento parece auténtico, el espectador ya no necesita volver a creer en ella, ni siquiera a dudarlo, porque la vida ya no le da una nueva oportunidad a Horacio.
Tan fatal parece el destino del talentoso escritor que, al final del film, el espectador hasta tiene la sensación de que el final de Horacio –con un complicado cuadro de salud- es así y en ese momento, porque no pudo subir en ascensor hasta la puerta donde Mirtha lo esperaba.
Notas:
*Así comienza el segundo capítulo de la novela. La cita fue extraída de: Peyret, M., Los pulpos, Editorial TOR, Buenos Aires, 1939.
(1) La filmación en exteriores no era un recurso común en el cine de la época, por lo que puede asociarse la utilización de la cámara en mano a la llegada al país de la primera cámara portátil Arriflex.
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