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:: La vida es bella (La vita è bella, Roberto Begnini, 1998)

Sobre la fantasía y su realidad

El multipremiado film La vida es bella se divide en dos capítulos. El primero se basa en la exposición de diferentes situaciones en las que Roberto Beginini demuestra su estilo clown y a la vez expone las bases de su personaje. Un personaje soñador, infantil, tierno, en un entorno que parecería acompañarlo o, por lo menos, no restringirlo demasiado. Las prohibiciones y denigraciones se manifiestan en los márgenes, sin llegar a modificar severamente su mundo de fábula. Un ejemplo de esta es la exposición de un estilo chaplinesco de humor, en clara alusión al Gran Dictador, frente a una clase de chicos que esperan la llegada de un fascista para que hable de la superioridad de la raza aria por sobre las otras y sus razones. Esto le sirve de excusa para intentar conquistar a su princesa que es maestra de dicho establecimiento. Si bien es descubierto, nada grave pasa y él huye por la ventana.
Esta introducción de cuento de hadas hilvana una serie de gags de mayor o menor gracia pero que buscan ganar rápida y efectivamente la simpatía e identificación del espectador que, colmado de tanta ternura no pueda más que revalorizar las acciones posteriores. De este modo, él se queda con el amor de la princesa e ingresamos en la segunda parte que se sitúa a través de una elipsis, años después.
En esta segunda parte, la deportación a comenzado y Begnini y su familia, su princesa y un niño encantador, corren un gran peligro. Ya desde el principio, la dinámica de engaño protector del padre hacia su hijo se pone de manifiesto frente a las preguntas de éste sobre, por citar alguna, un cartel en un bar que manifiesta la prohibición de ingreso a los judíos.
Luego, la deportación del niño y su padre, frente a la que la mujer decide subir también al tren. Y la absoluta fantasía se confunde ahora directamente con el horror.
Y empieza el juego.
Resulta evidente que hay pocas cosas que pueden emocionar más que un niño inocente frente la crueldad más absoluta, como también el esfuerzo desesperado de un padre por evitar a través de todos los medios posibles el dolor de su hijo, aún en las situaciones más terribles. Estos ingredientes conforman tal vez gran parte de el éxito de este film.
Es claro que no es la voluntad de esta película el representar la vida real en los campos de exterminio. De hecho, este niño permanece con él la barraca, escondiéndose de los malos que quieren hacerles perder el juego y quedarse con el premio mayor, un tanque.
Sin embargo, aún en este planteamiento, surgen cuestiones que sobrepasan la mirada de este niño y la construcción de ésta por parte de su padre. Este padre no ha cambiado demasiado respecto a su presentación en la primera parte del film, y es esto lo que parece filtrarse en la construcción de esta historia.
No sólo el niño parece creerse la mentira confeccionada a cada instante por su padre, por el contrario, existe en este punto una importante pérdida de sentido. Y esto es así porque el mismo padre continúa ajeno a la realidad. Y esto no representa un detalle ya que para realizar esta historia, el hecho de que el padre sea totalmente conciente de la envergadura de los sucesos que lo rodean, debería funcionar como eje ficción-realidad y, como tal, funcionar como punto de referencia del espectador. Esto no significa que dentro del código planteado el padre no pueda hacer lo que hace sino, por el contrario, lo que se pone aquí en juego es desde dónde. Hasta adentrándonos en la construcción interna del relato, esto último se exige dramáticamente. Pero en la zona indeterminada que ocupa esta historia, que podría ser cualquier otra con contextos más o menos similares, esta fábula se pierde.


Por Natalia Weiss (nataliaw@solocortos.com)
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