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:: Flor de fango

El Triunfo de la Voluntad (Triumph des Willens, 1934)

Leni Riefenstahl no fue casualidad. Es el resultado de una época, de los objetivos y las indicaciones de Hitler y de las discusiones internas de este último con Goebbels, el secretario y policía cultural de la propaganda nazi. El cine nazi más popular es el de la cámara de Riefenstahl. Ahora bien, si bien es imposible separar la ideología política de la puesta de cámara (por qué no pensar en el travelling como cuestión moral de Godard), el despliegue artístico como realizadora debiera pensarse independientemente. Soñar no cuesta tanto.

El triunfo de la voluntad (1934) es la cobertura del Congreso del partido Nazi en Nüremberg, estrenada en 1935. Fue quizás la más efectiva propaganda del nazismo nunca realizada. Para esa producción, filmada con recursos financieros ilimitados, Leni trabajó con un equipo de más de cien técnicos, entre ellos dieciséis camarógrafos con sus asistentes, quienes controlaron no menos de treinta y seis cámaras y una enorme cantidad de faroles y de modernas plataformas y rieles construidos especialmente para crear movimientos de cámara poco usuales hasta entonces.
Riefenstahl antes de su muerte a los 101 años, declaró que El triunfo de la voluntad no es otra cosa que un documental, exento de tomas preproducidas o coreografías ensayadas, y que ella, como realizadora, sólo buscó plasmar la belleza sin ninguna intención política. Lo cierto es que el film deja aparecer el efecto artificial de un desfile interminable, dinámico, perfectamente encuadrado e iluminado, tanto es así que Hitler se ve alto y fuerte, y los hombres del partido viriles y saludables.
Y sí, es una loa a los mitos que honran los nazis y un culto a la hombría, salud y pureza arias, donde los ensayos y la filmación por cortes son la única opción posible, aunque con Hitler tan cerca la palabra lógica pierda sentido.
Y no, no son imágenes inocentes. Son imágenes poderosas, que solitas se declaran culpables de crimen ideológico, si se puede llamar así al aporte propagandístico a favor de un sistema político criminal.
Pero después de la guerra cayeron sobre ella acusaciones de haber empleado en Tiefland prisioneros gitanos como extras, y aún peor, se dijo que luego de la filmación los gitanos fueron devueltos a sus campos de concentración, donde posiblemente habrían sido ejecutados.
Con respecto a lo formal, plano en el que se supone inocente, la directora alemana amplía las posibilidades del montaje por atracciones con movimientos de cámara enormes e impecables. Un ejemplo de ello son los dos minutos que transcurren durante las honras del mariscal Hindenburg. La escena comienza mostrando un águila de piedra y una esvástica que se sobreimprime en un plano general muy abierto de los soldados nazis (a ambos lados del cuadro), dejando en el centro las pequeñas figuras de Hitler, Himmler y Lutze. La escena continúa con un travelling larguísimo donde el centro de atracción se aleja de las figuras de los tres personajes, hasta que la cámara vuelve a encuadrarlos. De allí a una toma desde una grúa.
Así armaba Riefenstahl el anuncio de una manera de hacer películas, de la aparición de una cámara hiperquinética y del corte en movimiento, de la música en sincronismo, podría decirse, con las imágenes del ejército.
Explica ella qué sintió la primera vez que lo vio a Hitler: Finalmente, con retraso, apareció Hitler, después de que una orquesta de viento hubiera tocado una marcha otra. La gente se levantaba de un salto de sus asientos, gritaba como fuera de sí: ¡Heil, Heil, Heil! Durante minutos. Yo estaba sentada demasiado lejos para poder ver la cara de Hitler. Cuando se extinguieron las aclamaciones y Hitler habló. Curiosamente en aquel mismo instante tuve una visión casi apocalíptica que nunca pude ya olvidar. Para mí fue como si la superficie de la tierra se extendiese delante de mí, en una semiesfera, que de pronto se escindió por el medio y arrojó un gigantesco chorro de agua, tan enorme que tocó el cielo y sacudió la tierra. Yo estaba como paralizada. Aunque no entendí gran cosa del discurso, actuó sobre mí de un modo fascinante. Un fuego de tambor atronaba los tímpanos de los oyentes y noté que éstos habían sucumbido al magnetismo de aquel hombre. Dos horas después, me encontraba estremecida de frío… con tanta intensidad repercutía en mí la experiencia de aquella asamblea. Nuevos e inesperados pensamientos cruzaban por mi mente. ¿Desempeñaría aquel hombre un papel en la historia de Alemania, y sería para bien o para mal?.
Aparentemente, la duda de Leni ha sido disipada, dejándonos unas nuevas preguntas ¿Cómo se piensa el despliegue tecnológico cuando va de la mano de una ideología tan aberrante? ¿Es válido? ¿Ella es tan inocente? ¿El cine ante todo?
Por supuesto que juzgar gratuitamente no aporta nada. Y sí, la propuesta estética de Riefenstahl salta a primera vista. Y es buena. Pero la ideológica hace mucho ruido. Quizás si su temática hubiese sido otra, su obra hubiese servido de ejemplo, indudablemente.
Es el efecto de la vieja dupla contenido-forma.
A veces, el contenido se hace insoportable y se desparrama ante nuestros ojos. Otras, hay que esperar años antes de acercarse a la verdad. Pero cuando eso sucede, ya es demasiado tarde para hacer nada. Excepto para echarse a llorar.


Por Lara Decuzzi (lara@solocortos.com)
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