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:: Escenas del horror

El judío Süss (Jud Süß, Veit Harlan, 1940)

“La filosofía de Hitler es primaria. Pero las potencias primitivas que se consuman en ella hacen que la fraseología miserable se manifieste bajo el empuje de una fuerza elemental. Despiertan la nostalgia secreta del alma alemana. Más que un contagio o una locura, el hitlerismo es un despertar de sentimientos elementales.”(1)
Promediando la década del ´30, el cine alemán entró en un período de absoluta decadencia. Los directores prestigiosos (como Fritz Lang) debieron huir de la persecución nazi o decidieron quedarse en una Alemania que les exigía dejar toda ideología de lado. Durante casi toda la década, la ideología nazi no había encontrado aún en el cine a su principal herramienta, su gran aliado. Sería a partir de la Noche de los Cristales Rotos (9/11/1938) cuando empiezan a producirse películas con contenido abiertamente antijudío. Además de los directores que decidieron irse o que prefirieron quedarse sirviendo dócilmente, están también quienes decidieron hacerse eco del mandato goebbeliano y así exaltar los valores de la raza aria y del entonces próspero (si es que cabe el término) régimen. Fue la época de las películas musicales de la UFA, de films dedicados a la exaltación de los valores de los grandes hombres del partido, de historias de soldados heroicos o películas decididamente antisemitas como El judío Süss de Veit Harlan. Films de este último grupo sirvieron de base de sustentación ideológica para la aniquilación de seis millones de seres humanos.

Con ambientes de siglo XVIII y gran impunidad, la película bordea todas las aristas melodramáticas. Süss Oppenheimer, un judío ambicioso, logra obtener toda clase de favores del duque Karl Alexander de Wurttemburg, más codicioso aún pero bastante menos lúcido, convirtiéndose en su administrador de finanzas. Con la fantástica idea de llevarle una preciosa joya ante la cual el duque se arrodillaría, Süss planea, en primer término, poner fin a la prohibición de los judíos a la ciudad. A medida que Süss logra que se levante la veda que permite el ingreso de los judíos al Stuttgart, los alemanes se horrorizan de las nuevas disposiciones y del impertinente comportamiento del duque. Aires de guerra civil empiezan a respirarse. Süss tiene al duque en sus manos y, con él, a la ciudad en vilo. Pero todo estalla cuando Süss abusa de una joven alemana y todos sus delitos se hacen a la luz. A cambio de poner fin a las torturas a su padre (un hombre influyente que no se deja corromper ni seducir por los artilugios de Süss) y a su esposo, el codicioso judío se aprovecha de la fragilidad de la joven despertando definitivamente la ira de los gentiles.
El judío Süss es condenado y ahorcado en una secuencia colmada de dramatismo donde cada detalle incorpora más odio y violencia sobre el condenado y su raza. Al borde de la muerte, Süss está dispuesto a renunciar a su dios y a sus riquezas a cambio de que lo dejen vivir, pero una implacable voz alemana da la orden, la base de su jaula se abre y Süss queda colgado de su cuello frente a las miradas atónitas plenas de venganza.
La prohibición del ingreso de los judíos se restablece reafirmándose con toda fuerza para los descendientes de todos los judíos que tienen tres días para abandonar la ciudad, para sus hijos y para los hijos de sus hijos que nunca más serán bienvenidos.
Al comenzar la película, un cartel sitúa en tiempo y espacio y eleva el estatuto de la ficción al de reconstrucción: la historia que veremos está basada en hechos reales. Esta historia circulaba a través de panfletos en su época que acusaban a Süss de conductas inapropiadas hasta que en 1827 llega el primer relato verdadero. Wilhelm Hauff le dedica una novela al suceso presentando a Süss con todos los vicios y los más deleznables rasgos de humanidad. Un ser despreciable al que hay que combatir; una muerte que es el símbolo de la lucha contra el dios de la venganza como el mismo Süss los llama antes de perpetrar el abuso contra la joven. Pero la muerte de Süss tiene aún una función más importante: la de erigirse en símbolo de la necesaria limpieza de judíos que necesitaba Alemania.
En 1916 apareció otra versión donde se apreciaba a un Süss algo reivindicado. Fue un éxito en todo el mundo y la base para el libro cinematográfico de la película de Lothar Mendes en 1936, que Goebbels prohibió y por eso fue que ordenó a Harlan la realización de la otra versión.
¿En qué cambia la situación haciendo de este suceso particular un ejemplo, un símbolo? Bien sabido es que el antisemitismo no puede ser asociado únicamente con problemas de poder y el Estado de los siglos XVII y XVIII sino que puede rastreárselo en la Edad Media y aún antes. ¿Qué significa asignarle a esta historia el estatus de verdad?
Este tipo de estereotipo crecía en todas las redes de comunicación durante el nazismo y así es como El judío Süss resulta ser una apología del antisemitismo. La construcción detallada de un judío abominable, lleno de malicia y deshonor. Pero también resultó ser el reflejo adecuado de lo que ocurre cuando un judío tiene una posición influyente: el pueblo debe defenderse de los perpetradores, hay hombres torturados y jóvenes violadas. Curiosamente, otra lectura posible muestra a una sociedad subsumida en el desconcierto cuando su líder (el duque) se comporta de manera impropia pudiendo identificárselo más con un loco que con un hombre de política.

Goebbels, un gran artista de la dominación por medio de la mente, prohibió en los círculos de prensa calificar a El judíos Süss como antisemita. Con Goebbels, el arte estaba al servicio de las armas y las armas al servicio de una mente desquiciada. Los campos mancillaban el cuerpo mientras la propaganda castigaba otra cosa que el cuerpo. Los nazis abogaban por la lucha de razas y el pueblo alemán descorazonado debía ser movilizado por algo más que la violencia.

El fin de la guerra no significó apertura en todo sentido. Resulta curioso saber que Veit Harlan siguió trabajando en el cine y aún en 1950 dirigía un film con el título La amada inmortal. El director de la oficina estatal de prensa de Hamburgo, Erich Lüth, organizó un boicot a la película porque temía que la reaparición de Harlan reabriera heridas supuestamente ya curadas y con eso renovar odios olvidados. Sabido es que las heridas no están cerradas ni los odios alejados. El productor de La amada inmortal logró que el Tribunal regional se opusiera al llamado a boicot de Lüth pero éste logró finalmente un recurso constitucional ante el Tribunal Constitucional Federal.

Veit Harlan fue interrogado como criminal de guerra negando que el contenido antisemita de sus películas hubiese sido a conciencia. Intentando con eso, hacer caer toda la culpa en el ministerio de propaganda. ¿Pero es que acaso sólo se lo puede juzgar por su intención y no es culpable por haberlo hecho con la mayor naturalidad? Veit Harlan fue absuelto; sólo cumplió una desproporcionada leve pena.


Notas:
(1) Emmanuel Levinas, Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001.


Por Natalia Taccetta (natalia@solocortos.com)
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