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:: Gira mágica y misteriosa

Cristo se detuvo en Éboli (Francesco Rosi, Cristo si e fermato a Eboli, 1979)

"Cristo nunca llegó hasta aquí. Ni llegó el tiempo, ni el alma, ni la esperanza, ni las causas ni sus efectos, ni la razón, ni la historia... nadie llegó a estas tierras sino como conquistador enemigo o visitante incomprensivo. Las estaciones pasan sobre el cansancio de los campesinos como hace tres mil años antes de Cristo. En esta tierra oscura, sin pecado y sin redención, donde el mal no es moral pero un dolor profundo vive en cada cosa, Cristo no ha descendido".
Flashback, voz en off, algunos cuadros y la exposición del párrafo precedente. Empieza la película.
Y así será todo el tiempo. Corrosivamente, ese clima denso, silencioso, estruendoso e indefinido avanza sobre la historia que este personaje atraviesa. Allí, en el punto exacto donde Cristo se detuvo, en 1935 el gobierno fascista de Mussolini condena al exilio por tres años a Carlo Levi por conspirar junto a otros intelectuales contra su gobierno.
El libro semiatuobiográfico del mismo Carlo Levi en el que está basado la película, nos devela la historia de un hombre confinado en un mundo casi prehistórico, detenido en el tiempo y poblado de seres humanos sometidos al sufrimiento, al desamparo y la ignorancia que impone el orden de la naturaleza. Pero la magia de sus creencias, que perduran desde tiempos remotos y esa inocencia propia de la pausa temporal en la que está inmerso el pueblo, amortiguan la supervivencia por esos lares.
Gagliano, Grasano y Matera son poblados de casuchas miserables que coexisten con refugios excavados en roca viva a martillo y cincel, donde las personas duermen junto con sus animales de corral y sus caballos. En la obra escrita, Levi lo compara con el infierno del Dante. Rosi hace lo suyo en el sugestivo film que con imágenes que hablan por sí solas, intenta contar lo mismo.
Tras varios trasbordos de trenes a coches y adoptar un perro abandonado en la estación, Levi llega a su confinamiento. Los caminos de Éboli, que claramente no son calles, lo reciben junto a la mirada oculta de una sociedad campesina aislada de la civilización, cuyos habitantes sienten el impacto del recién llegado.
El desterrado que muestra Rosi, interpretado por Gian María Volonté, parece estar en un viaje de investigación o de aprendizaje, por la forma en que observa la forma de vida en ese pueblo. Poco a poco aprende a respetar la sabiduría natural de aquellos aldeanos con los que debe convivir.
En este espacio postergado por la historia, su no practicada profesión de Doctor no puede ser ignorada. Ni bien se divulga de boca en boca la llegada del nuevo médico, los pobladores acudirán a él en busca de ayuda.
Sin quererlo, esto lo convierte en un verdadero benefactor, respetado por los ancianos, amado por los niños y ansiado por las mujeres.
Cuando llega el momento de su libertad, Levi les promete regresar, pero no puede cumplir el juramento. Sólo pudo escribir y hablar por ellos.

Ahora bien, por qué no pensar en esa cara de la historia que no se nombra, ni se ve. En el monstruo grande. No se hace explícito por qué Levi debe ir a ese pueblito. Ni tampoco por qué parte de regreso. En realidad, uno presiente que no hace falta. Por la estructura del film, cómo Rosi nos sumerge en la historia y cómo construye este personaje especial que es Carlo Levi.
A través de sus ojos revivimos la experiencia de su exilio. De su estadía en Éboli. De lo que pasa por su cabeza, pese a la escasez de diálogo. Así es que al terminar el film, como un efecto residual, aparece la potencia de aquello que no fue nombrado, que hizo presión durante toda la historia, sin estar presente ante nuestros ojos. Lo que lo convierte en más poderoso, por cierto. Y ese es el aspecto interesante del film. Porque quizás es la forma que refleja con más nitidez aquello que apareció y arrasó con todo. Sin mostrar cómo es en realidad.

Levi descubre que los habitantes de este pueblo no conciben más que dos salidas a la vida en este pueblo desterrado del mundo: la resignación, aderezada con las historias de supercherías que los animan, o el exilio del exilio. América o África, donde las tropas fascistas luchan en Absinia bajo las promesas de nuevas tierras. Pero todos saben que no existen nuevas tierras. Sólo esa porción árida donde se seca la esperanza que llaman Éboli.
En una charla con su hermana, Levi le explica este concepto. Ella insiste en intentar hacer algo, movilizar en algún sentido la vida de quienes se desangran en la espera, prisioneros entre la malaria o la miseria o el hastío.
La respuesta de Carlo es concluyente: Las cosas se ven distintas desde aquí. Éboli está más cerca de China o la India que de Turín.

Carlo Levi denuncia la humillación, la injusticia y la barbarie a la que son sometidos seres de una misma especie por la otra parte de la sociedad; una sociedad indiferente que los ha relegado más allá del tiempo, más allá de la esperanza. Hombres y mujeres que no conocen nada, pero que deben afrontar conflictos sociales que le son ajenos y que alimentan sus penas. Hombres y mujeres entregados a la presencia de un Cristo inmutable ante el dolor y la miseria.
Nosotros no somos cristianos. Cristo se detuvo en Éboli, allí donde el camino y el tren abandonan las costas y el mar de Salerno, donde comienzan las desoladas tierras de la Lucania. No, nosotros no somos cristianos, no somos hombres, somos considerados bestias de carga e incluso menos que ellas.
Haciendo foco en esta problemática, el director de cine y el novelista se las ingenian para deslizar por debajo de ella la otra denuncia. La del sistema político que se adjudica el poder de decidir sobre la vida de los demás. Ese que castigó a Levi a la permanencia en el pueblito. En uno de sus paseos, Carlo escucha el mensaje de Mussolini a toda Italia. Un disco comprado en América.
El militar del Ejército del Duce que gobierna el pueblo, censura las cartas que envía Levi, los libros que lee, incluso los límites de sus caminatas (sólo puede llegar hasta el cementerio) con criterios e interpretaciones que parecieran estar dichas irónicamente, pero que son más reales de lo que quisiéramos. Incluso, juzga y censura al cura del pueblo, por borracho, pero lo cierto es que es tiene las ideas muy claras, pero el destino pudo con él. Está resignado a la indiferencia del pueblo de Éboli, donde una leyenda genera más fe que Cristo.

De regreso del flashback inicial, la voz en off sigue diciendo: Pasaron muchos años.... Años llenos de guerra y de lo que se suele llamar historia. Empujado de aquí para allá, a la aventura, no pude cumplir con mi promesa, dejando a mis campesinos sin volver a buscarlos. Y ya no sé si alguna vez la cumpliré. Hoy, encerrado en esta habitación, me es grato volver con la memoria a ese mundo cerrado, acorralado entre el dolor y el sufrimiento, negado a la historia y al Estado. Y siempre... paciente. Esa tierra mía, sin consuelos, sin dulzura, donde el campesino vive entre miserias y lejanías su inmóvil civilidad, sobre un suelo árido, sin otra presencia que la de la muerte.

Rosi y Levi. Como en otros directores de su generación, Rosi se ha visto influenciado por la profunda huella del neorrealismo. Carlo Levi. Médico, pintor, escritor y político, fue un hombre que llevó una vida con un sentido: la oposición contra el fascismo italiano de Mussolini. Una combinación explosiva para contar lo que hay que contar.
Será por la fortuita unión de dos talentosos que el film es un ejemplo del manejo de la ausencia. Cómo darle cuerpo para que cobre fuerza lo que tiene que pesar. O, sencillamente, cómo hacer que la historia se vuelva indeleble.



Por Lara Decuzzi (lara@solocortos.com)
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